sábado, 22 de diciembre de 2018

Principios morales tradicionales en la reflexión bioética

Por: Pbro. Lic. Félix Daniel Blanco




1.         Aunque la bioética como tal tiene una historia relativamente reciente, algunos de los problemas que ella afronta y a los que intenta ofrecer una respuesta, fueron objeto de la consideración y el análisis ético, desde diversas perspectivas, mucho antes de su aparición. En el campo católico la preocupación por las temáticas vinculadas a la vida humana, ha estado siempre presente y ha acompañado el desarrollo de la moral de inspiración cristiana.

2.         A partir de la cosmovisión y, en particular, de la antropología que emerge inicialmente de los datos de la revelación, y valiéndose del aporte de las diversas filosofías, en diálogo con las culturas y los interrogantes de la historia, se fue configurando la reflexión cristiana sobre la vida humana en sus líneas generales. Aquí nos limitamos a mencionarla, sin entrar en su descripción.

3.         Desde esta concepción fundamental se desarrollaron las orientaciones normativas del obrar responsable, como proyección del reconocimiento de los valores intervinientes en esta área. Convicciones de base y normas deontológicamente fundadas que proyectarán su luz sobre las problemáticas que giran en torno a la vida humana, que incidirán en el discernimiento y las decisiones de conciencia, y que regularán finalmente el comportamiento de quienes libremente adhieren a la propuesta moral cristiana, como posibilidad de auténtica humanización.

4.         Sin embargo, ante la complejidad del obrar humano concretamente situado, con las múltiples variables posibles, la sola atención a las normas deontológicamente fundadas, no resultan suficientes. Se verifican, efectivamente, situaciones en las que el agente se encuentra en medio de verdaderos conflictos de deberes, solicitado al mismo tiempo desde distintos ángulos  al respeto de los valores comprometidos. No siempre es posible abstenerse de obrar. La toma de decisiones es, en ocasiones, impostergable y se hace preciso encontrar el modo de llegar a formularlas de manera  éticamente bien fundamentada.

5.         En este contexto de la casuística, es decir, de la atención prestada a los casos particulares,  y ante situaciones particularmente difíciles, para ofrecer vías de resolución éticamente fundamentadas, la moral tradicional católica se valió de algunos principios, como el de causa con doble efecto, el de totalidad, el de excepción, la epiqueya. A dichos principios morales se apelaba muy frecuentemente en el pasado, sobre todo en algunos sectores de la teología moral especial, como el de las problemáticas en torno a la vida física, la salud y la enfermedad, el homicidio. Recientemente, fueron objeto de revisión desde la opción por enfoques morales críticos de los planteos anteriores, orientados a superar la casuística restrictiva y el objetivismo, a pasar de una moral de los actos a una moral de la persona que obra.

6.         El principio de doble efecto procura responder a aquella peculiar dificultad que plantea el hecho de que, puesta una causa, de la misma se sigan dos efectos, de los cuales uno es bueno y el otro malo. Puesto que un efecto malo nunca puede ser lícitamente querido, surge la pregunta acerca de la legitimidad ética de realizar aquella acción. Proporcionar morfina a un enfermo para aliviar su dolor puede generar adicción; sin embargo, aunque esto se reconozca, hay situaciones en las cuales ese comportamiento parece claramente el indicado. Por otra parte parece imposible que se puedan  evitar siempre las acciones que producen dos efectos, uno bueno y otro malo, lo cual induce a concluir que no siempre ese obrar es culpable. Habrá que aceptar que hay situaciones en las cuales quien obra buscando el efecto bueno, no tiene más remedio que tolerar que su acción produzca también un efecto malo. Este, claro está, no ha de ser buscado por sí, directamente querido, sino solamente tolerado en cuanto inevitable.


7.         Para su correcta aplicación, el principio de doble efecto requiere algunas condiciones, que todos los autores, con algunas variantes, proponen; a saber: 1) Que la acción que es causa del doble efecto no sea en sí misma mala, sino buena o indiferente. 2) Que los dos efectos, el bueno y el malo, se sigan con igual inmediatez de la acción que los causa; en otras palabras, que de la acción no se siga primeramente el efecto malo, como medio para que se produzca el bueno; puesto que nunca es lícito hacer un mal para que se produzca un bien; el fin no justifica los medios. 3) El querer del que obra, su intención voluntaria, ha de orientarse únicamente al efecto bueno, y de ninguna manera al malo. 4) Que el motivo para tolerar el efecto malo sea suficientemente importante como para que se justifique poner tal acción; o, en otras palabras, que el efecto bueno sea considerablemente predominante en relación con el malo.

8.         Queda claro, pues, que aplicado en atención a todas estas puntualizaciones, el principio de doble efecto excluye completamente que quien obra quiera el efecto malo; éste no ha de ser objeto de la intención del agente en absoluto, sino solamente tolerado. En tal caso, la moral tradicional afirmaba que la voluntad del que obra quiere directamente el efecto bueno y, puesto que pone la causa que produce a ambos, sólo indirectamente el malo.

9.         El ejemplo característico es el de una intervención por la cual se extrae el útero  afectado por tumor de una mujer embarazada, con la consecuente muerte del feto (supuesto, claro está, que no haya otra alternativa). La norma moral que considera siempre objetivamente ilícita la interrupción del embarazo en función del derecho a la vida del nascituro, no está en discusión. En este caso la muerte del feto no es directamente buscada como medio para obtener otro efecto (la preservación de la vida de la madre), sino sólo efecto previsto, pero no querido, más bien lamentado, de una acción que imperiosamente se requiere para tutelar un bien proporcionalmente importante, como lo es la vida de la madre. No se trata de decidir quién ha de vivir y quien no, sino de aceptar que no siempre está en nuestras manos el obrar de tal modo que se evite, como quisiéramos, todo efecto malo.

10.       El principio de totalidad parte de la consideración del cuerpo humano como un organismo, un todo compuesto por partes, en orgánica vinculación. Afirma la ordenación de las partes al todo, y por lo tanto, indica la prioridad que ha de otorgarse al todo sobre las partes cuando entran en conflicto. Cualquier intervención sobre un miembro o un órgano del cuerpo humano habrá, pues, de justificarse en función de su totalidad funcional. Desde este principio se determina criteriológicamente la licitud moral de una intervención que afecta lesivamente a una parte en función del bien del todo, como es el caso, por ej., de la amputación de un miembro requerida para evitar la extensión de una gangrena que sería mortal para el individuo.


11.       Así, este principio permite encontrar una respuesta éticamente fundada para aquellas situaciones en que la acción que las circunstancias exigen, entra en conflicto con la norma deontológicamente fundada, según la cual se considera ilícita cualquier intervención sobre el propio cuerpo, o el ajeno, que lo afecte perjudicándolo gravemente. Para poner un ejemplo en correlación con el anterior, sería el caso de la mutilación, en que se secciona un miembro del cuerpo sin una causa justa y proporcional que justifique tal acción, afectando en mayor o menor medida el bien de todo el organismo.

12.       El principio de totalidad ha sido por lo general aplicado de manera limitada al organismo físico, al cuerpo humano, donde concurren valores no morales (la vida física, considerada como el todo - el miembro o el órgano, considerado como la parte). Sin embargo, a veces se lo ha referido a la exigencia de anteponer la personal adhesión a los valores morales a los bienes no morales con los que pueda entrar en conflicto, aun cuando se trate de la propia vida. Algunos otros, han querido extender su significación a un contexto más amplio, abarcando otros contenidos, como es el caso de quienes recurren a este principio para justificar el recurso a la anticoncepción en función del bien integral la pareja, considerado como un todo.

13.       Estos principios tuvieron gran vigencia en la moral católica anterior al Concilio Vaticano II. Se los encuentra muchas veces, por ej., en las numerosas intervenciones del Papa Pío XII sobre diversos temas y, particularmente, en los referidos a la ética médica. En la renovación teológico-moral que el Vaticano II acogió e impulsó, han perdido notablemente la influencia que antes ejercían, por diversas razones, entre otras, porque en esa reflexión el momento casuístico de la moral, por reacción a lo anterior, está escasamente presente.

14.       Ciertamente, era necesario que estos principios fueran profundamente revisados y criticados, particularmente en la manera muchas veces demasiado restringida de aplicarlos a un determinado problema para llegar a clarificar el juicio moral. Ningún  principio, por válido que sea, nos exonera de la búsqueda de la respuesta ética más adecuada al caso y de un atento discernimiento que tenga en cuenta lo original y propio de cada situación. La posibilidad de los trasplantes, en su momento, obligó a preguntarse acerca de la licitud de la ablación de órganos. Claramente se ve que no se puede argumentar desde el principio de totalidad, más bien al contrario; si nos atenemos férreamente a este principio habría que declararla ilícita. Hubo que recurrir a otras consideraciones, integradas razonablemente al discernimiento ético, para mostrar no sólo su licitud, sino más aún su carácter noblemente altruísta.

15.       Curiosamente, el desarrollo reciente de la bioética revalorizó la casuística, la capacidad del pensamiento ético para dar respuesta a las problemáticas que presentan los casos concretos. Lo cual es muy positivo, porque una moral que no llegue a iluminar los casos concretos, se condena a exhortaciones generales. Sin embargo, por el contexto y el modo en el que surge, la bioética de matriz anglosajona priorizó otros principios. En el campo católico, la bioética personalista que desde hace ya tiempo viene desarrollándose, ha querido conectar con los esfuerzos anteriores de reflexión y, entre otras cosas, se ha encontrado con estos principios morales y se pregunta acerca de la posible vigencia actual de la sabiduría práctica que tradicionalmente se les asignó.

16.       Si la bioética como disciplina se orienta a tomar en consideración y servir al bien integral de la persona, es decisivo que la reflexión y el debate tengan en cuenta la concepción antropológica que subyace y de la cual emergen los planteamientos éticos. Aquellos principios tradicionales a los que nos hemos referido suponían una determinada visión del hombre y una concepción ética que hoy no puede igualmente suponerse sin más. Mucho menos en la bioética, donde la insolubilidad de ciertos planteamientos ha puesto de relieve la necesidad de esclarecer el fundamento del cual se parte, y que condiciona el discurso consiguiente.-

                                                                                                                          Pbro. Lic. Félix Daniel Blanco



Bibliografía:

AA. VV., Rev. CONCILIUM, n.120 (1976) Madrid.

COMPAGNONI, F. / PIANA, G. / PRIVITERA, S. / VIDAL, M., Nuevo diccionario de teología moral, Paulinas, Madrid1992.

HÖRMANN, K., Diccionario de moral cristiana, Herder, Barcelona 1979 2.

KNAUER, P., El principio del Adoble efecto@ como norma universal de la moral, en: Rev. Selecciones de Teología n. 27 (1968) 265-275.

MAHONEY, J., El razonamiento moral en la ética médica, en: Rev. Selecciones de Teología n. 104 (1987) 285-292.

ROSSI, L. / VALSECCHI, A., Diccionario enciclopédico de teología moral, Paulinas, Madrid 1985 5.

ROTTER, H. / VIRT, G., Nuevo diccionario de moral cristiana, Herder, Barcelona 1993.

SGRECCIA, E., Manuale di bioetica, Vita e pensiero, Milano 1988.

VIDAL, M., Diccionario de ética teológica, Verbo Divino, Estella 1991.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario