Por: P. Daniel Blanco
Reflexión a la luz de
la enseñanza de la Iglesia Católica
Lo primero que
considero necesario decir al abordar el tema sobre el que nos consultan es que
al hacerlo debemos ser conscientes de que no nos estamos refiriendo a
abstracciones sino a personas, a una realidad que afecta profundamente a
algunos hermanos nuestros. Nadie ha visto nunca a la homosexualidad, pero
seguramente conoceremos alguna persona homosexual... El cambio de perspectiva
tiene su importancia: al estilo evangélico de Jesús, se trata de poner la
persona al centro.
En segundo lugar,
tenemos que darnos cuenta de lo difícil que nos resulta reflexionar sobre la
problemática homosexual con serenidad. Cada uno tiene que vérselas con la
propia carga de prejuicios, temores, ignorancia, inseguridades... en medio de un contexto cultural en el cual
se ha instalado el debate en la sociedad, pero no siempre de la mejor manera,
reduciéndose a veces al sordo enfrentamiento de posturas y de personas, o
distorsionándolo por la vía de la polémica escandalosa. Por lo tanto se impone
un honesto compromiso de todos con las exigencias del auténtico diálogo y de la
búsqueda de la verdad, que humaniza y libera.
Como lo hacen muchos
autores, podemos considerar al homosexual como el individuo motivado por una
decidida atracción afectivo-sexual preferencial por personas del mismo sexo, y
que, por lo general, aunque no necesariamente, tiene relaciones sexuales con
ellos. Se discute actualmente acerca de las causas que originan esta tendencia,
sin que se haya llegado todavía a una explicación completamente satisfactoria;
aunque no se descartan completamente factores causales a nivel biológico, hoy
se le da mucha importancia a la red de relaciones afectivas y sociales, al ambiente
educativo familiar y al contexto social y cultural.
Hay que tener en
cuenta, también, que el término homosexual es muy amplio y designa una realidad
diversificada y compleja. Se suele distinguir entre el homosexual esencial, en
el que la compulsividad es muy fuerte, y el ocasional, en el cual las motivaciones son más
superficiales; entre homosexual total y exclusivo, en el cual la tendencia
heterosexual está ausente, y el bisexual, en el cual ambas tendencias coexisten;
entre homosexual y homófilo; etc. En realidad, estas clasificaciones son
limitadamente adecuadas y cada caso deberá ser considerado en sí mismo.
Otras distinciones para
evitar confusiones: El travesti se define fundamentalmente por el placer
erótico que experimenta al vestir ropas del sexo opuesto. Distinto es el caso
del transexual, quien se experimenta a sí mismo a nivel psicológico como del
sexo opuesto que tiene a nivel genital.
Aquí intentaremos
simplemente una aproximación, ofreciendo algunos elementos, desde la reflexión
cristiana guiada por el Magisterio de la Iglesia[1],
que nos ayuden a comprender y a ubicarnos frente a nuestros hermanos
homosexuales.
¿Es la homosexualidad
una anomalía que expresa una desarmonía psico-sexual de la persona? ¿Es una
simple variante de la sexualidad humana? La postura de la Iglesia al respecto
toma distancia tanto de quienes sostienen la homosexualidad como una forma
opcional de realizar la propia sexualidad, como de quienes condenan sin matices
a la persona homosexual. A la luz del mensaje bíblico sobre el misterio del
hombre, el cristiano no puede sino reafirmar que la sexualidad humana está
llamada a comprenderse y vivirse bajo las dos formas complementarias de lo
masculino y lo femenino; la Iglesia sostiene que la tendencia y, más aún, el
comportamiento homosexual son objetivamente desordenados precisamente porque,
no sólo se deja de lado la dimensión intrínseca de la sexualidad humana de
comunicar la vida, sino también porque, al intentar eliminar las peculiaridades
del ser varón y del ser mujer, se marginan las
exigencias de complementariedad de los sexos, y se le niega importancia
significativa al lenguaje del cuerpo. Esto puede ser visto incluso por quien no
es creyente, pero reflexiona sobre la sexualidad humana en clave personalista.
Que el varón es para la mujer y la mujer para el varón es algo que, desde la
experiencia, reconoce sin dificultades la persona más sencilla.
Pero también algo que
todos podemos advertir es que hay personas que no eligieron ser homosexuales,
sino que se descubren a sí mismas como tales. Esta constatación elemental tiene
que llevarnos a distinguir cuidadosamente, como lo hace la Iglesia, entre la
valoración objetiva de la homosexualidad (lo que decíamos en el párrafo
anterior) y la responsabilidad subjetiva de la persona homosexual; en otras
palabras, una cosa es decir que la homosexualidad en sí misma no se corresponde
con la verdad profunda de la sexualidad humana, otra cosa es decir que esta
persona concreta sea culpable de la tendencia que lleva en sí. Puede serlo, en
algunos casos y en alguna medida, pero la mayor parte de las veces no es así;
en todo caso, hay que evitar las generalizaciones.
Hay personas que
experimentan la tendencia homosexual en sí mismas y que, con su esfuerzo
personal, la ayuda de sus hermanos, incluida si es necesaria la ayuda
específica del psicoterapeuta, y confortados por la gracia de Dios, tratan
meritoriamente de controlarla, evitando la actuación homosexual. Claro que esto
supone que la homosexualidad no sea concebida de una manera estática,
fatalista, como una condición de la cual se es irremediablemente prisionero,
sino como una situación que, como todo lo humano, es dinámica y en continua
evolución. Supone, también, la confianza en las posibilidades que tiene el
hombre de modelarse a sí mismo mediante el ejercicio de su libertad.
Posibilidades limitadas, pero reales y muchas veces sorprendentes.
Posibilidades amenazadas por el pecado, pero alentadas por la gracia de Dios.
Posibilidades que no se realizarán jamás sin lucha, muchas veces dramática,
pero una lucha que nos dignifica y sin la cual no tiene sentido la vida humana.
En este esfuerzo cada persona singular se encuentra en el cruce de unos
condicionamientos y circunstancias particulares que inciden en el ejercicio de
su libertad y que nos obligan a discernir con cuidado sobre la mayor o menor
responsabilidad moral de esa persona respecto de tales actuaciones concretas.
Cuando alguien busca sinceramente ajustar su vida a las exigencias morales, aún
cuando no siempre lo logre perfectamente, está orientándose en la dirección del
bien y esto tiene valor moral; lo importante será no detenerse a mitad del
camino, renovar siempre la esperanza de llegar. Esto, que vale para todo el
obrar humano, hemos de tenerlo particularmente en cuenta cuando se trata del
obrar de la persona homosexual.
Como todo hombre,
también la persona homosexual está llamada a seguir a Cristo por el camino de
la vida cargando con su propia cruz, entrando con toda su realidad en el
misterio pascual de Cristo, dejando que la dinámica pascual de muerte al pecado
y resurrección a la vida nueva de la gracia se manifieste en su vida cotidiana.
Dinámica de conversión constante que supondrá para ella, como para todos, la
experiencia pacificadora y liberadora de la misericordia de Dios hecha perdón
en el sacramento de la reconciliación. Y el encuentro con Jesús resucitado que
nos exhorta a no temer, a confiar en El, y se nos da como alimento que nos
fortalece para afrontar las pruebas.
A ejemplo de
Jesucristo, que condenó al pecado pero buscó salvar al pecador, los cristianos
tenemos que reconocer y afirmar la dignidad personal de los homosexuales
evitando toda forma de discriminación injusta, de marginación social y
acercarnos con respeto y espíritu fraterno a estos hermanos nuestros, sin que
esto signifique justificar sin más las prácticas homosexuales o la aceptación
de todos sus reclamos. Sin duda, en la
búsqueda de formas de convivencia y de integración social, las personas
homosexuales y los movimientos o asociaciones que las representan tienen, por
su parte, una seria responsabilidad, puesto que también de ellos depende que
algunas dificultades actuales sean superadas o se agraven. Un punto
especialmente decisivo y sobre el cual todos debiéramos reflexionar más lo constituyen
los reduccionismos en que solemos incurrir al considerar a la persona
homosexual. En efecto, “la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios,
no puede ser definida de manera adecuada por una referencia reductiva sólo a su
orientación sexual. Cualquier persona que viva sobre la faz de la tierra tiene
problemas y dificultades personales, pero también tiene oportunidades de
crecimiento, recursos, talentos y dones propios. La Iglesia ofrece el contexto,
particularmente sentido hoy, que permite el respeto de la persona humana,
precisamente cuando rechaza que se considere a la persona puramente como ‘heterosexual’
u ‘homosexual’, y cuando subraya que todos tenemos la misma identidad
fundamental: el ser criatura y, por gracia, hijo de Dios, heredero de la vida
eterna” (Sgda. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos
de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales,
01.10.86, n. 16).
[1] La Iglesia
Católica se ha referido a la problemática homosexual en los siguientes
documentos: SAGRADA CONGEGACION PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración
acerca de ciertas cuestiones de ética sexual (29.12.75) n. 8; ID., Carta
a los obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas
homosexuales (01.10.86); Catecismo de la Iglesia Católica (1992) nn.
2357-2359 . 2396.
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