domingo, 30 de diciembre de 2018

La defensa de los que tienen menos poder

Por: Victor Manuel Fernandez (Diario LA NACION)



Un feto corre el riesgo de ser menospreciado, como sucede con todo lo pequeño y aparentemente inútil. Pero la realidad es más que las apariencias. La biología afirma que el óvulo fecundado no es la suma de un óvulo y un espermatozoide. Es un ser humano nuevo, original, distinto del padre y de la madre. La genética indica que el ADN del óvulo recién fecundado contiene todas las características que tendrá ese humano adulto. Es exactamente el mismo que será cuando crezca. Sólo necesita que no le impidan desarrollar su potencialidad. Por eso, desde el instante de su concepción le corresponden los derechos de la persona humana, principalmente el derecho inviolable a la vida.

Si el justificativo para eliminarlo es su incompleto desarrollo, esto concede plenos poderes a los fuertes para eliminar a los menos desarrollados. De hecho, en la colonización de América algunos se sentían autorizados a matar a los indígenas porque no parecían plenamente humanos. Recordemos a los nazis, cuando señalaban razas de menor calidad que se podían destruir. Igualmente, hay quienes invitan a eliminar a los discapacitados porque no están completamente desarrollados. Pero no son los desarrollados los que deciden quién es humano y quiénes no tienen derecho a la vida.

Aquí entramos en el núcleo del asunto, que nos invita a no ser superficiales con el tema del aborto. Pensemos a fondo. Si sólo tiene derechos el ya "desarrollado", ¿con qué argumento sólido podremos otorgar un carácter indiscutible a los derechos humanos de los más débiles? La defensa de la vida humana requiere fundamentos inquebrantables y jamás sujetos a discusión, para asegurarnos de que no se repetirán las diversas barbaries del siglo pasado. El único modo de establecer estos fundamentos firmes es sostener que la vida humana es sagrada siempre, desde su gestación hasta la muerte natural. De otro modo, los inteligentes y poderosos encontrarán hábilmente excusas para eliminar al que molesta por considerarlo menos desarrollado: a los deformes, a los "negros" de las villas, a los ancianos, a los "bolitas", a los dementes, a un árabe sospechoso, etcétera.

Si lo miramos desde la óptica de los derechos de las mujeres, resulta indispensable afirmar que es tan valiosa la vida de la mujer adulta embarazada como la vida de su niña indefensa que está tratando de nacer. ¿Puede esa mujer adulta decidir libremente sobre la vida de esa otra mujer frágil que lleva en su vientre, sólo porque todavía está poco desarrollada? En cualquier política sana, quien tiene poder defiende especialmente a los que tienen menos poder. Por eso, aun por "coherencia progresista", el aborto no puede presentarse como una solución. Reconozco que también es incoherente que alguien rechace el aborto y al mismo tiempo se desentienda de los marginados o sostenga terribles guerras preventivas. Hay mucha hipocresía, sí. Pero no se la hagamos pagar a los inocentes.

Aquí cuenta algo que nos ennoblece inmensamente: esa pasión por la dignidad humana que se ve en una madre que lucha contra todo por la vida de un hijo discapacitado, mientras otros secretamente piensan que esa vida es inservible. O la pasión de quien busca preservar la vida de los indígenas de la selva, que supuestamente no aportan nada a la sociedad. O esa sublime obsesión de los médicos que batallan contra la muerte para salvar a una anciana de 90 años, aunque sólo sea para retenerla entre nosotros unos meses más. Ellos perciben que toda vida humana es infinitamente valiosa y debe ser cuidada, más allá de su desarrollo, más allá de su utilidad, más allá de toda circunstancia molesta. Lo mismo vale para ese milagro en gestación, para ese nuevo ser humano que lucha por crecer en el vientre de su madre. Quién sabe si será otro Einstein o una nueva Teresa de Calcuta. No importa si brotó por una violación o por un encuentro de enamorados. Es él, es único, y tiene derecho a estar aquí. Una sociedad que decide eliminarlo para evitar otros problemas se coloca en situación de riesgo.

Una madre que dio a luz a un hijo discapacitado, por más que sufra por eso, entiende que la solución no está en asesinar al niño. Las respuestas siempre tendrán que buscarse en otra parte, no en la muerte. En algunos lugares se tolera que alguien aborte cuando prevé que el niño nacerá discapacitado. Entonces, ¿qué argumento bien sólido quedará para no eliminar también a un discapacitado que ya nació? El nacimiento no establece una diferencia esencial, no traza una línea clara entre una vida no humana y una vida humana. ¿Qué le agrega el hecho de salir del vientre? Un niño no comienza a ser humano como por arte de magia cuando es dado a luz, ni cuando pasa la barrera del tercer mes de gestación. Pretender determinar hasta qué momento de su desarrollo alguien puede ser eliminado sería considerarse Dios. Pero no lo planteo como una cuestión religiosa, sino como un sano humanismo.

La situación de muchas mujeres pobres que han sido violadas es dramática. No suelen tener el apoyo que les hace falta para enfrentar su angustia. Necesitan amplia ayuda y mucho acompañamiento para llevar adelante un embarazo no deseado, aunque sea para que finalmente puedan entregar a su niño en adopción. Pero no somos solidarios con una víctima creando otra víctima. La solución no se encuentra enfrentando a una mujer con esa vida frágil gestada dentro de ella, como si fuera un simple grano o un tumor. ¿Acaso ese pequeño tiene la culpa de lo que pasa, como para convertirlo en una variable de ajuste?

En un lugar donde las cosas se resuelven así, se produce una relativización de la vida que introduce en los subterráneos de la sociedad un frívolo desprecio por la dignidad humana. Esto finalmente se traduce en una incapacidad para reconocer al otro, que alimenta un oscuro dinamismo de degradación social. Mejor levantemos la mirada.




No una vida, sino dos


"Elige la vida y vivirás" (Dt. 30, 19)


Durante este Año de la Vida, hemos reflexionado sobre ella y la hemos reconocido como un regalo maravilloso que recibimos de Dios, y que hace posible todos los otros bienes humanos. También hemos observado con dolor situaciones sociales en las que no se está promoviendo el valor supremo de la vida.
Hablar de este tema, en el actual contexto nacional, tiene una significación muy concreta. En efecto, hoy la vida está muy amenazada por la droga y las diversas adicciones, la pobreza y la marginalidad en la que muchas personas viven su existencia en un estado de vulnerabilidad extrema; también la delincuencia aparece hoy en forma frecuente como atentado contra la vida.
Junto con estos peligros nos encontramos frente al planteo del aborto. Queremos afirmar con claridad: cuando una mujer está embarazada, no hablamos de una vida sino de dos, la de la madre y la de su hijo o hija en gestación. Ambas deben ser preservadas y respetadas. La biología manifiesta de modo contundente a través del ADN, con la secuenciación del genoma humano, que desde el momento de la concepción existe una nueva vida humana que ha de ser tutelada jurídicamente. El derecho a la vida es el derecho humano fundamental.
En nuestro país hay un aprecio de la vida como valor inalienable. La vida propia y ajena es para los creyentes un signo de la presencia de Dios, e incluso a quienes no conocen a Dios o no creen en Él, les permite "sospechar" la existencia de una realidad trascendente.
Valoramos las recientes medidas adoptadas respecto del cuidado de la vida en la mujer embarazada. Es absolutamente prioritario proteger a las futuras madres, en particular a las que se encuentran en estado de marginalidad social o con dificultades graves en el momento del embarazo. Los varones, que también lo hicieron posible, no deberían desentenderse.
Deseamos escuchar, acompañar y comprender cada situación, procurando que todos los actores sociales seamos corresponsables en el cuidado de la vida, para que tanto el niño como la madre sean respetados sin caer en falsas opciones. El aborto nunca es una solución.
Una decisión legislativa que favoreciera la despenalización del aborto tendría consecuencias jurídicas, culturales y éticas. Las leyes van configurando la cultura de los pueblos y una legislación que no protege la vida favorece una cultura de la muerte. La ley, en cuanto base de un ordenamiento jurídico, tiene un sentido pedagógico para la vida de la sociedad.
Invitamos a nuestros fieles laicos y a todos los ciudadanos a reflexionar y expresarse con claridad a favor del derecho a la vida humana. Lejos estamos de desear que este debate provoque más divisiones en la sociedad argentina. Solicitamos, por ello, que las expresiones vertidas sobre este tema se realicen con el máximo respeto, eliminando toda forma de violencia y de agresividad, ya que estas actitudes no están a la altura del valor y de la dignidad que promovemos.
Invocamos la protección de Dios, fuente de toda vida, para que ilumine a los legisladores. En el marco del Bicentenario, cada vida humana acogida con grandeza de corazón renueva la existencia de nuestra Patria como hogar abierto a todas y a todos.

Buenos Aires, 18 de agosto de 2011

159º Reunión de la Comisión Permanente

Conferencia Episcopal Argentina

Las personas homosexuales

Por: P. Daniel Blanco




Reflexión a la luz de la enseñanza de la Iglesia Católica


Lo primero que considero necesario decir al abordar el tema sobre el que nos consultan es que al hacerlo debemos ser conscientes de que no nos estamos refiriendo a abstracciones sino a personas, a una realidad que afecta profundamente a algunos hermanos nuestros. Nadie ha visto nunca a la homosexualidad, pero seguramente conoceremos alguna persona homosexual... El cambio de perspectiva tiene su importancia: al estilo evangélico de Jesús, se trata de poner la persona al centro.
En segundo lugar, tenemos que darnos cuenta de lo difícil que nos resulta reflexionar sobre la problemática homosexual con serenidad. Cada uno tiene que vérselas con la propia carga de prejuicios, temores, ignorancia, inseguridades...  en medio de un contexto cultural en el cual se ha instalado el debate en la sociedad, pero no siempre de la mejor manera, reduciéndose a veces al sordo enfrentamiento de posturas y de personas, o distorsionándolo por la vía de la polémica escandalosa. Por lo tanto se impone un honesto compromiso de todos con las exigencias del auténtico diálogo y de la búsqueda de la verdad, que humaniza y libera.
Como lo hacen muchos autores, podemos considerar al homosexual como el individuo motivado por una decidida atracción afectivo-sexual preferencial por personas del mismo sexo, y que, por lo general, aunque no necesariamente, tiene relaciones sexuales con ellos. Se discute actualmente acerca de las causas que originan esta tendencia, sin que se haya llegado todavía a una explicación completamente satisfactoria; aunque no se descartan completamente factores causales a nivel biológico, hoy se le da mucha importancia a la red de relaciones afectivas y sociales, al ambiente educativo familiar y al contexto social y cultural.
Hay que tener en cuenta, también, que el término homosexual es muy amplio y designa una realidad diversificada y compleja. Se suele distinguir entre el homosexual esencial, en el que la compulsividad es muy fuerte, y el ocasional, en  el cual las motivaciones son más superficiales; entre homosexual total y exclusivo, en el cual la tendencia heterosexual está ausente, y el bisexual, en el cual ambas tendencias coexisten; entre homosexual y homófilo; etc. En realidad, estas clasificaciones son limitadamente adecuadas y cada caso deberá ser considerado en sí mismo.
Otras distinciones para evitar confusiones: El travesti se define fundamentalmente por el placer erótico que experimenta al vestir ropas del sexo opuesto. Distinto es el caso del transexual, quien se experimenta a sí mismo a nivel psicológico como del sexo opuesto que tiene a nivel genital.
Aquí intentaremos simplemente una aproximación, ofreciendo algunos elementos, desde la reflexión cristiana guiada por el Magisterio de la Iglesia[1], que nos ayuden a comprender y a ubicarnos frente a nuestros hermanos homosexuales.
¿Es la homosexualidad una anomalía que expresa una desarmonía psico-sexual de la persona? ¿Es una simple variante de la sexualidad humana? La postura de la Iglesia al respecto toma distancia tanto de quienes sostienen la homosexualidad como una forma opcional de realizar la propia sexualidad, como de quienes condenan sin matices a la persona homosexual. A la luz del mensaje bíblico sobre el misterio del hombre, el cristiano no puede sino reafirmar que la sexualidad humana está llamada a comprenderse y vivirse bajo las dos formas complementarias de lo masculino y lo femenino; la Iglesia sostiene que la tendencia y, más aún, el comportamiento homosexual son objetivamente desordenados precisamente porque, no sólo se deja de lado la dimensión intrínseca de la sexualidad humana de comunicar la vida, sino también porque, al intentar eliminar las peculiaridades del ser varón y del ser mujer, se marginan las  exigencias de complementariedad de los sexos, y se le niega importancia significativa al lenguaje del cuerpo. Esto puede ser visto incluso por quien no es creyente, pero reflexiona sobre la sexualidad humana en clave personalista. Que el varón es para la mujer y la mujer para el varón es algo que, desde la experiencia, reconoce sin dificultades la persona más sencilla.
Pero también algo que todos podemos advertir es que hay personas que no eligieron ser homosexuales, sino que se descubren a sí mismas como tales. Esta constatación elemental tiene que llevarnos a distinguir cuidadosamente, como lo hace la Iglesia, entre la valoración objetiva de la homosexualidad (lo que decíamos en el párrafo anterior) y la responsabilidad subjetiva de la persona homosexual; en otras palabras, una cosa es decir que la homosexualidad en sí misma no se corresponde con la verdad profunda de la sexualidad humana, otra cosa es decir que esta persona concreta sea culpable de la tendencia que lleva en sí. Puede serlo, en algunos casos y en alguna medida, pero la mayor parte de las veces no es así; en todo caso, hay que evitar las generalizaciones.
Hay personas que experimentan la tendencia homosexual en sí mismas y que, con su esfuerzo personal, la ayuda de sus hermanos, incluida si es necesaria la ayuda específica del psicoterapeuta, y confortados por la gracia de Dios, tratan meritoriamente de controlarla, evitando la actuación homosexual. Claro que esto supone que la homosexualidad no sea concebida de una manera estática, fatalista, como una condición de la cual se es irremediablemente prisionero, sino como una situación que, como todo lo humano, es dinámica y en continua evolución. Supone, también, la confianza en las posibilidades que tiene el hombre de modelarse a sí mismo mediante el ejercicio de su libertad. Posibilidades limitadas, pero reales y muchas veces sorprendentes. Posibilidades amenazadas por el pecado, pero alentadas por la gracia de Dios. Posibilidades que no se realizarán jamás sin lucha, muchas veces dramática, pero una lucha que nos dignifica y sin la cual no tiene sentido la vida humana. En este esfuerzo cada persona singular se encuentra en el cruce de unos condicionamientos y circunstancias particulares que inciden en el ejercicio de su libertad y que nos obligan a discernir con cuidado sobre la mayor o menor responsabilidad moral de esa persona respecto de tales actuaciones concretas. Cuando alguien busca sinceramente ajustar su vida a las exigencias morales, aún cuando no siempre lo logre perfectamente, está orientándose en la dirección del bien y esto tiene valor moral; lo importante será no detenerse a mitad del camino, renovar siempre la esperanza de llegar. Esto, que vale para todo el obrar humano, hemos de tenerlo particularmente en cuenta cuando se trata del obrar de la persona homosexual.
Como todo hombre, también la persona homosexual está llamada a seguir a Cristo por el camino de la vida cargando con su propia cruz, entrando con toda su realidad en el misterio pascual de Cristo, dejando que la dinámica pascual de muerte al pecado y resurrección a la vida nueva de la gracia se manifieste en su vida cotidiana. Dinámica de conversión constante que supondrá para ella, como para todos, la experiencia pacificadora y liberadora de la misericordia de Dios hecha perdón en el sacramento de la reconciliación. Y el encuentro con Jesús resucitado que nos exhorta a no temer, a confiar en El, y se nos da como alimento que nos fortalece para afrontar las pruebas.
A ejemplo de Jesucristo, que condenó al pecado pero buscó salvar al pecador, los cristianos tenemos que reconocer y afirmar la dignidad personal de los homosexuales evitando toda forma de discriminación injusta, de marginación social y acercarnos con respeto y espíritu fraterno a estos hermanos nuestros, sin que esto signifique justificar sin más las prácticas homosexuales o la aceptación de todos sus  reclamos. Sin duda, en la búsqueda de formas de convivencia y de integración social, las personas homosexuales y los movimientos o asociaciones que las representan tienen, por su parte, una seria responsabilidad, puesto que también de ellos depende que algunas dificultades actuales sean superadas o se agraven. Un punto especialmente decisivo y sobre el cual todos debiéramos reflexionar más lo constituyen los reduccionismos en que solemos incurrir al considerar a la persona homosexual. En efecto, “la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, no puede ser definida de manera adecuada por una referencia reductiva sólo a su orientación sexual. Cualquier persona que viva sobre la faz de la tierra tiene problemas y dificultades personales, pero también tiene oportunidades de crecimiento, recursos, talentos y dones propios. La Iglesia ofrece el contexto, particularmente sentido hoy, que permite el respeto de la persona humana, precisamente cuando rechaza que se considere a la persona puramente como ‘heterosexual’ u ‘homosexual’, y cuando subraya que todos tenemos la misma identidad fundamental: el ser criatura y, por gracia, hijo de Dios, heredero de la vida eterna” (Sgda. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, 01.10.86, n. 16).


[1] La Iglesia Católica se ha referido a la problemática homosexual en los siguientes documentos: SAGRADA CONGEGACION PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración acerca de ciertas cuestiones de ética sexual (29.12.75) n. 8; ID., Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales (01.10.86); Catecismo de la Iglesia Católica (1992) nn. 2357-2359 . 2396.