lunes, 11 de marzo de 2019

Los Reyes Magos y la fiesta de Epifanía

Por: Santiago F. Garavaglia Vodopia 

Introducción
La Epifanía (del griego "manifestación") es la primera manifestación al mundo pagano del Hijo de Dios hecho hombre, que tuvo lugar con la adoración de los Magos referida por S. Mateo (2,1-12). En Occidente se celebra con esta fiesta la revelación de Jesús al mundo pagano, la verdadera Epifanía; relato en el que los sacerdotes y escribas son consultados por Herodes acerca del lugar donde había de nacer el Cristo (Mt 2,5 ss.). El pasaje profético es ciertamente mesiánico y consuela a su pueblo, frente a la amenaza de Asiria (Imperio de la antigüedad. No confundir con Siria, país de Medio Oriente). El texto significa que el Mesías debía nacer en Belén de la descendencia de David, y hace constar que Jesús cumplía estos requisitos.


¿Quienes eran los Reyes Magos?
Los protagonistas del relato son "unos Magos que venían de Oriente". No dice cuántos eran, ni cómo se llamaban, ni de dónde procedían exactamente y cabe aclarar el título atribuido de "magos" no es como lo consideramos hoy. Los orientales llamaban magos a sus doctores; en lengua persa, mago significa "sacerdote" y en griego "magoi" significa matemático, astrónomo y astrólogo. La tradición, más tarde, ha dado a estos personajes el título de reyes, como buscando destacar más aún la solemnidad. La tradición antigua con respecto a estos datos fluctúa considerablemente; un fresco del cementerio de S. Pedro y S. Marcelino en Roma representa a DOS; TRES muestra un sarcófago que se conserva en el Museo de Letrán; CUATRO aparecen en el cementerio de Santa Domitila, y hasta OCHO en un vaso del Museo Kircheriano. En las tradiciones orales sirias y armenias llega a hablarse de DOCE.  Ha prevalecido, no obstante, el número de TRES acaso por correlación con los tres dones que ofrecieron -oro incienso y mirra- o porque se los creyó representantes de las tres razas: Sem, Cam y Jafet.

Se dice que en el siglo XVI las necesidades de la Iglesia Católica llevaron a los teólogos a identificar a los tres Reyes Magos con los tres hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet. Éstos, según el Antiguo Testamento, representarían las tres razas que poblaban el mundo (entendiendo por "mundo" las partes habitadas hace 2000 años de lo que hoy llamamos Europa). Así, el rey Melchor pasó a representar a los europeos descendientes de Jafet. El rey Gaspar simbolizaría a los asiáticos descendientes de Sem. Y finalmente el rey Baltasar representaría a los africanos descendientes de Cam.

Todavía en el siglo XV no estaba muy claro como habían sido físicamente los tres “Reyes Magos”, principalmente porque en ningún texto se les describía físicamente. Según cuentan, parece ser que fue el pintor flamenco Petrus Christus (1420-1473) quien en un cuadro fijó la descripción más aceptada. Melchor como un hombre mayor, de unos sesenta años; Gaspar un poco más joven, de unos cuarenta; y Baltasar el más joven de los tres, de unos veinte.

Así, de acuerdo a la tradición, Melchor rey de los persas, era un noble anciano de barba blanca que le llevó a Jesús entre otras cosas: púrpura, muselina, piezas de lino y oro. Gaspar, sería el rey de los indios, un joven carilampiño que le llevó al Niño: preciadas especias, nardo, canela, cinamomo e incienso. Baltasar, rey de los árabes, de rostro oscuro le llevó: oro, plata, piedras preciosas, perlas y mirra. Tradicional mente se simplifica diciendo que Melchor le llevó oro, símbolo de la riqueza y el poder, reconociendo que había nacido el Rey más grande. Gaspar le regaló incienso, símbolo de adoración al Dios verdadero. Y Baltasar le hizo al Niño la ofrenda de la mirra que simbolizaba la medicina, para curar la enfermedad y aliviar el sufrimiento.

Los nombres que se les dan son relativamente recientes. Aparecen en un manuscrito anónimo italiano del s. IX, y poco antes, en otro parisino de fines del s. VII, bajo la forma de Bithisarea, Melichior y Guthaspa. 

En otros autores y regiones se los conoce con nombres totalmente distintos. Su condición de reyes, que carece absolutamente de fundamento histórico, parece haberse introducido por una interpretación demasiado literal del Salmo 72,10: "Los reyes de Tarsis y las islas le ofrecerán dones; los reyes de Arabia y Sabá le traerán regalos". Nunca en las antiguas representaciones del arte cristiano aparecen con atuendos regios.


La estrella de Belén

Existen muchas hipótesis sobre la estrella que vieron los magos y que les llevó a afrontar un viaje de unos mil kilómetros con el objetivo de rendir homenaje a un recién nacido. Los magos creen que es la la estrella de Jesús ("Hemos visto su estrella en Oriente y hemos venido a adorarle"; Mt 2,2). El supuesto carácter preternatural de la estrella, la habría hecho visible solamente para los magos. Nada tendría, de ser así, de excepcional que persas piadosos se hubieran ido interesando por las Escrituras de los judíos y a su modo hayan querido participar en su esperanza de la llegada un Mesías Rey, de manera que, al percibir un fenómeno estelar, inmediatamente lo relacionaron con él. 

Santo Tomás, el doctor angélico, ya pensó en eso en su época y resolvió la cuestión en la Suma Teológica (III q. 36 a. 7), usando cinco argumentos de San Juan Crisóstomo:

• Esta estrella siguió un camino de norte a sur, que no es lo común en las estrellas.

• Ella aparecía no solo de noche, sino también durante el día.

• Algunas veces ella aparecía y otras se ocultaba.

• No tenía un movimiento continuo: avanzaba cuando era preciso que los magos caminasen, y se detenía cuando ellos debían detenerse, como la columna de nubes en el desierto.

• La estrella mostró el parto de la Virgen no sólo permaneciendo en lo alto, sino también descendiendo, pues no podía indicar claramente la casa si no estuviese cercana a la Tierra.
Pero sea de ello lo que fuere, lo que podemos afirmar es que, de una manera u otra, Dios los movió a ponerse en camino y dirigirse a Israel en espera de un gran rey.

 
La ciencia al servicio de la fe
En el año 1925 se encontró una tablilla de arcilla a 100 km de Babilonia, con caracteres cuneiformes, que habla de la conjunción triple entre Júpiter y Saturno, y que fue visible en toda aquella zona. Esta conjunción planetaria, es posible reproducirla hoy con programas informáticos de astronomía. La tablilla se puede apreciar en el museo estatal de Berlín.
En 7 a.C. (fecha estimada más precisa hoy en día, del nacimiento de Jesús) ocurrió la mencionada conjunción planetaria (acercamiento aparente en el cielo de dos o más planetas), donde Júpiter se paseó por delante de Saturno, hasta en 3 ocasiones en poco tiempo, en la constelación de Piscis; más precisamente entre Mayo y Diciembre de ese año; un fenómeno que ocurre cada 900 años, aproximadamente. En este caso, los magos interpretarían este hecho como un gran rey (Júpiter) de Justicia (Saturno) nace entre los judíos (Piscis). Reyes, dioses y pescadores, una simbología concordante con la aparición de una gran figura, al menos para aquellos que esperaban al Mesías.

Esta maravilla, tan espectacular e infrecuente, pudo servirles a los Magos para iniciar su viaje, con lo que la segunda conjunción, a finales de Septiembre, coincidiría con su visita a Herodes. La tercera conjunción, ocurrió a comienzos de Diciembre.
La última morada de los "reyes".

Cuenta la historia que en el año 300, la emperatriz Elena, madre del emperador romano Constantino, se dedicó a rescatar reliquias religiosas. Según los archivos, fue en Saba donde consiguió reunir de nuevo a Melchor, Gaspar y Baltasar y ordenó su traslado a Constantinopla, la actual Estambul, donde permanecieron durante tres siglos en una capilla ortodoxa. Durante la Segunda Cruzada, el obispo de Milán, San Eustorgio, religioso noble de origen helénico, visitó Constantinopla para que el emperador le permitiera aceptar su reciente nombramiento. El emperador además de dar su consentimiento, le hizo un regalo inolvidable: las veneradas reliquias.

Para trasladarlas se hizo de dos robustos bueyes y un carro, y cargando sobre éste el sarcófago de granito, emprendió un viaje que acabó envuelto en leyendas. Una de ellas relataba que la misma estrella que mostró el camino de Belén, resplandecía en la ruta de san Eustorgio. Otra cuenta que, al cruzar los Balcanes, un lobo hambriento atacó y desgarró a uno de los bueyes. San Eustorgio, que obviamente para ese entonces no era santo, dominó a la fiera, de forma que, a fuerza de látigo, el lobo salvaje se transformó en lobo de tiro y san Eustorgio llegó a Milán en un carro tirado por un buey exhausto y un lobo manso, cargado con las reliquias.

Allí fue donde en 1164, en pleno apogeo del Sacro Imperio Romano Germánico, las encontró el emperador alemán Federico Barbarroja, que en sus guerras de conquista saqueó esta ciudad junto a buena parte del norte de Italia y las llevó consigo hasta Colonia (Alemania).  En 1248, Colonia era ya centro internacional de peregrinación e inició la construcción de una catedral que estaría a la altura de tal tesoro. Hoy, esta catedral, cuya construcción duró más de 600 años, es uno de los monumentos góticos más impresionantes de todo Europa, encontrándose hoy en día, entre las 10 iglesias más grandes del planeta. El relicario fue realizado por el mejor artista francés de la época, Nicolás Verdún, y los maestros orfebres de Colonia lo terminaron hace 800 años. Tiene forma de basílica y proporciones gigantescas para esta clase de urnas: 2,20 metros de longitud y dentro reposan los cráneos de Melchor, Gaspar y Baltasar, en tres cajas forradas de terciopelo y brocado. Cada hueso está envuelto en la seda más fina y se considera que es el sarcófago más grande del mundo, dominando toda la catedral. Su peso es de 350 kilos de oro, plata y vermeil (similar a plata enchapada en oro), incrustaciones con piedras preciosas, esmaltes y figuras de marfil ricamente adornadas que representan a la Virgen María, a los Reyes Magos y a los profetas, provocando que los peregrinos queden deslumbrados ante tanta belleza.


Conclusión:
Cristo no es sólo luz que ilumina el camino del hombre. También se ha hecho camino para sus pasos inciertos hacia Dios, fuente de vida. Un día dijo a los Apóstoles: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocen a mí, conocerán también a mi Padre; desde ahora ya lo conocen y lo han visto" (Jn 14, 6-7). Y ante la objeción de Felipe añadió: "El que me ha visto a mí ha visto al Padre."
En el siglo XXI, en los tiempos que corren, nos hemos malacostumbrados al relato de los magos y parece que ya no tenemos tiempo ni siquiera para deteneros a contemplar el firmamento... las estrellas. Parecería mas fácil ver la oscuridad del cielo que esos incandescentes puntos azules que brillan en la noche.

No obstante, como dijo J.A. Pagola, "no deja de ser conmovedor pensar en aquél escritor cristiano que, al elaborar el relato de los magos, los imaginó en medio de la noche, siguiendo la pequeña luz de una estrella. (...) Dios será un día el fin del exilio y las tinieblas. Luz total. Hoy solo lo vemos en una humilde estrella que nos guía hacia Belén." Las estrellas en el espacio nacen, crecen y mueren inevitablemente, pero Cristo es la estrella sin ocaso que no se extingue jamás. Para entrar en su presencia hay que postrarse y adorarlo. El está en las manos de su madre María. Tal vez no tengamos oro, incienso y mirra para ofrecerle… pero si podemos ofrecerle algo mucho mejor: nuestro corazón, corazón que tiene cosas valiosas como la vida, cosas espirituales y también la fe y esperanza de un mundo mejor, sabiendo que vale la pena seguir a un Dios niño que se dio hasta la muerte y muerte en cruz por amor a todos nosotros.

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