Por: Santiago F. Garavaglia Vodopia
Este ícono es estimadísimo tanto por cristianos de Oriente como de Occidente. El ícono de Rublev es una de las imágenes más profundas de la Trinidad jamás producida. Este icono ruso es difícil de entender para los que no pertenecen a la tradición ortodoxa y a primera vista no parece representar a la Santísima Trinidad.
“Es lo más absurdo e impropio representar en iconos a Dios Padre con una barba gris y al Hijo Unigénito en Su seno con una paloma entre ellos, porque nadie ha visto al Padre según Su Divinidad, y el Padre no tiene carne […] y el Espíritu Santo no es en esencia una paloma, sino en esencia Dios” (Gran Sínodo de Moscú, 1667).
Un poco de historia…
San Sergio de Radonega (1313-1392) no dejó ningún tratado teológico, pero su vida entera estuvo consagrada a la Santa Trinidad. Dedicó su iglesia a la Trinidad y se esforzó reunir a toda la Rusia en su época, alrededor de su iglesia, alrededor del Nombre de Dios, para que los hombres “por la contemplación de la Santa Trinidad venzan el odio desgarrador del mundo”.
Siete años después de su muerte, su discípulo san Nicono encargó al célebre iconógrafo Andrés Rublev que pintara un ícono de la Santa Trinidad en memoria de San Sergio. Esta es la luz que Andrés Rublev supo transmitir en su hoy célebre icono, que recrea el ritmo mismo de la vida trinitaria, su diversidad única y el movimiento de amor de las Personas identificándolas perfectamente.
El icono de la Trinidad se remonta a la oración sacerdotal de Cristo: “Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti; que también ellos sean uno en nosotros […] Yo en ellos y tú en mí, para que sean plenamente uno” ( Jn 17,21-23)
Interpretación del ícono de Rublev
El icono de la Santa Trinidad fue hecho por el monje André Rublev en 1425. Unos ciento cincuenta años después, el Concilio de los Cien capítulos lo erige como modelo de la iconografía y de todas las representaciones de la Trinidad.
La perspectiva es típica del estilo bizantino, es decir, inversa: abriéndose las líneas conforme se alejan de los ojos del espectador.
Rublev se inspiró en el pasaje de Gn 18,1-10, conocido como “la hospitalidad de Abraham”.
- Aparecen tres ángeles frente a la tienda de Abraham, en el encinar de Mambré.
- Se lavan los pies, se reponen del camino.
- Comen la comida que Sara y Abraham les ofrecen generosamente.
- Anuncian un nacimiento inesperado
- Abraham es viejo y no tiene hijos, a pesar de la reiterada promesa de Yahvé.
Haciendo una rápida exégesis sobre el texto, podemos decir que Sara y Abraham acogieron sin saberlo a la Santísima Trinidad: “El Señor se apareció a Abrahán […]. Alzó la vista y vio a tres hombres de pie frente a él.” Por esto podemos directamente deducir o interpretar que El Señor se le apareció en forma de tres personas”) La palabra griega para “hospitalidad” es filoxenía, amor al extranjero, inversión literal de un término terrible: xenofobia. En la Carta a los Hebreos leemos: “No olviden la hospitalidad, por la cual algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles.” (13,2).
El autor neotestamentario se refiere a la escena del Génesis proclamada en el ícono. Abrahán ofreció, junto a la encina de Mambré, una cena a unos extraños y peculiares viajeros.
Los Padres de la Iglesia han creído ver en estos tres personajes que pintó Rublev, una prefiguración de la Trinidad.
Los tres ángeles tienen la misma fisonomía. De esta manera, el autor expresa la igual dignidad de los tres seres, lo cual corresponde a la creencia de la unidad de Dios en tres Personas y son mostrados de izquierda a derecha en el orden en que profesamos nuestra fe en el Credo: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Cada uno de los ángeles lleva una prenda diferente, aunque los tres poseen alguna pieza de vestido de color azul, color del cielo, símbolo de la naturaleza divina que los tres comparten, trayendo a la mente cómo cada Persona de la Trinidad es distinta, pero a la vez son la misma. Que Rublev haya representado la Trinidad usando ángeles es también un recordatorio de la naturaleza de Dios, que es espíritu puro. Además los tres poseen alas que se tocan entre sí.
Sin embargo, cada personaje tiene unas características particulares que nos permitirán identificar quién es.

El color marrón o carmesí (depende el brillo y contraste de la imagen que uno encuentre) de la túnica simboliza la humanidad de Cristo. Sobre su hombro derecho cae algo así como una estola dorada, dando a entender que es el Mesías rey. El cuello de su túnica se encuentra un poco arrugado, porque ha venido de un largo camino. El árbol tras la figura de Cristo representa la encina de Mambré que se convierte a la vez, en árbol de vida. Evoca al mismo tiempo, el árbol del conocimiento del bien y del mal del que comieron Adán y Eva, pecado original que Jesús vino a redimir y además el árbol de la cruz donde fue clavado nuestro Redentor.
La mano de Cristo se apoya sobre la mesa con solo dos dedos extendidos demostrando así, sus dos naturalezas: humana y divina y al mismo tiempo su mano derecha reproduce el gesto del Padre: la bendición y se puede apreciar al mismo tiempo que señala la copa con vino, la “Copa de la Nueva Alianza”
La cabeza de Cristo y su mirada se dirigen hacia su derecha, incitando en cierta forma al espectador a dirigir su mirada hacia la figura del Padre.
El personaje de la izquierda: El Padre

Ambas manos sostienen el báculo recto, porque Él posee toda la autoridad y la da a quien quiere. Por lo cual Jesús y el E. Santo también poseen uno, que es la autoridad que el Padre les ha conferido.
Sobre su cabeza hay una casa: la morada de Dios. De ella nos dice Jesús: "En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones; […] voy a prepararles un lugar." (Jn 14,2)
El poder del amor del Padre se manifiesta en la mirada del ángel del centro. Él es amor y precisamente solo puede revelarse en la comunión y puede ser conocido como comunión. (“Nadie va al Padre si no es por mí.” Jn 14,6) es la más emotiva revelación de la naturaleza misma del amor. No se puede tener ningún conocimiento de Dios fuera de la comunión entre el hombre y Dios, y esta es siempre trinitaria e inicia en la comunión entre el Padre y el Hijo. Hace comprender por qué el Padre no se revela nunca directamente. El icono muestra esta comunión cuya morada viva es la copa.
Las líneas del lado derecho del ángel central se acrecientan a medida que se acercan al ángel de la izquierda. En el lenguaje simbólico de las líneas, las curvas convexas designan siempre la expresión, la palabra, el despliegue, la revelación; y por el contrario, las curvas cóncavas significan obediencia atención, abnegación, receptividad. El Padre está vuelto hacia el Hijo como si le hablara, porque se expresa enteramente en el Hijo: “Todo lo que tiene el Padre es mío, por eso les dije que recibirá de lo mío y se lo explicará a ustedes.”. (Jn 16,15)

Si bien en español “Espíritu” es una palabra de género masculino, en griego “Pneuma” es una palabra neutra (no tiene un género específico), pero en hebreo Ruah (se pronunciaría más o menos como “Ruaj”) es femenino. Puede ser por esto mismo que la dulzura del ángel de la derecha parece tener algo de maternal. Los textos sirios habitualmente lo llaman “el consolador” (Consoladora). Es el consolador, pero también es el Espíritu de la vida, que da la vida y de quien todo se origina.
Vemos como el Espíritu Santo se inclina hacia el Padre; está sumergido en la contemplación del misterio, su brazo tendido hacia el mundo muestra el movimiento descendente, Pentecostés.
Viste una túnica azul, signo de su divinidad, y encima de la misma lleva un manto de color verde como la hierba en primavera o de las hojas nuevas. Al mismo tiempo, el color verde hace referencia a la tierra y la misión de renovación del Espíritu Santo. El verde es también el color litúrgico usado en Pentecostés en la tradición ortodoxa y bizantina. Por este motivo se puede decir que Rublev quiso significar con este color el poder del Espíritu Santo para renovar la vida sobre la tierra.
Detrás de su figura se visualiza una montaña (un cerro de color ocre justo encima del halo que rodea su cabeza).
Las montañas bíblicamente, son lugares de encuentro con Dios: Moisés habló con Dios en el Sinaí, Elías tuvo un encuentro con Dios en el Horeb, Jesús se transfiguró en el Tabor, etc.
Su mano derecha está tocando la mesa, gesto con el que comunica a la Tierra la santidad de Dios.
En la liturgia católica, el sacerdote dice antes de la consagración "Santifica estos dones con la efusión del Espíritu..." y extiende sus manos sobre el altar.
Sostiene el báculo con la mano izquierda. Su mano derecha casi parece apoyarse en la mesa como para levantarse.

Una es perfectamente visible sobre la mesa. La otra copa podemos verla siguiendo los perfiles de los personajes que representan al Padre y al Espíritu y “curiosamente” esta copa contiene a Cristo.
Ambas copas son signo del cáliz eucarístico y el centro de los tres personajes es la copa, porque los tres la rodean. Además, la copa visible está ubicada en el corazón de una copa más grande que como expresamos, dibujan los dos ángeles laterales.
Podemos deducir que el tema de la conversación de estos tres personajes, no puede ser otro más que la copa. Es la copa eucarística.
El cordero:
En la copa está el cordero que Abraham ofreció a los ángeles. Es el Cordero de Dios, centro del icono y las manos del Padre y del Hijo revelan su significado.
Hay como dos centros, por una parte la copa, que representa la Eucaristía, por otra parte el
seno del personaje central: el Hijo. El amor de Cristo, por medio del cual se nos ofrece en la Eucaristía, se realiza la nueva creación, el nuevo tiempo de la salvación que es apertura a la eternidad de Dios. Compartir esta “copa eucarística” sería adentrarse en el misterio del amor que mana del seno del mismo Cristo Jesús.
La unión entre la Eucaristía y Cristo queda realzada por la copa que forman las siluetas de los personajes laterales, reproducción de la copa central. La segunda copa, resultado de la unión, de la armonía de la obra del Padre y del Espíritu que sostiene al Hijo y al mismo tiempo manifiesta el contenido de la copa central: Jesús es el Cristo, el Mesías, el Salvador que viene de un largo camino de muerte, simbolizado por el cuello arrugado de su túnica (como mencionamos antes), pero al mismo tiempo de resurrección y gloria que se muestran en la estola dorada que luce.
Dios nos invita en la Eucaristía a hacernos hijos en el Hijo, porque no sólo compartimos la copa, sino que nos hacemos parte de ella, en el sacrificio y el triunfo de Cristo que son a la vez nuestro sacrificio y nuestro triunfo también.
En la copa está el cordero que Abraham ofreció a los ángeles. Es el Cordero de Dios, centro del icono y las manos del Padre y del Hijo revelan su significado.
Hay como dos centros, por una parte la copa, que representa la Eucaristía, por otra parte el

La unión entre la Eucaristía y Cristo queda realzada por la copa que forman las siluetas de los personajes laterales, reproducción de la copa central. La segunda copa, resultado de la unión, de la armonía de la obra del Padre y del Espíritu que sostiene al Hijo y al mismo tiempo manifiesta el contenido de la copa central: Jesús es el Cristo, el Mesías, el Salvador que viene de un largo camino de muerte, simbolizado por el cuello arrugado de su túnica (como mencionamos antes), pero al mismo tiempo de resurrección y gloria que se muestran en la estola dorada que luce.
Dios nos invita en la Eucaristía a hacernos hijos en el Hijo, porque no sólo compartimos la copa, sino que nos hacemos parte de ella, en el sacrificio y el triunfo de Cristo que son a la vez nuestro sacrificio y nuestro triunfo también.
La mesa en el centro del icono, es el altar:
La presentación de la Eucaristía no se realiza simplemente como algo externo, sino que se nos invita a participar de ella, a entrar dentro de la mesa: el Hijo parece que se adelanta a llamarnos a ella.
El cuadrado grabado en la cara frontal de la mesa simboliza al mundo (cuando se pintó el icono se creía que la tierra era cuadrada)
El mundo entero se convierte en lugar de celebración cuando compartimos.
Por las miradas, el juego de sus manos y la inclinación de sus cabezas, los tres personajes forman un círculo que expresa la profunda comunión que les une.
La Trinidad es esta comunión misteriosa y magnífica. Pero el círculo que forman, no está cerrado. Queda descubierto un lugar más, para incluir a un cuarto personaje. Ese personaje vendríamos a ser cada uno de nosotros, que estamos llamados, invitados a tomar parte y reunirnos con gran gozo en el banquete celestial.
Dios no es un puro permanecer en sí mismo, absoluto, quieto y muerto, sino que el ser de Dios es un permanente salir de sí una dinámica eterna de donación y comunión en la que Rublev nos va introduciendo la circularidad de la imagen.
De esta forma Rublev nos quiere decir que somos acogidos por Dios mismo en la comunión del Padre, Hijo y Espíritu Santo.


Por las miradas, el juego de sus manos y la inclinación de sus cabezas, los tres personajes forman un círculo que expresa la profunda comunión que les une.
La Trinidad es esta comunión misteriosa y magnífica. Pero el círculo que forman, no está cerrado. Queda descubierto un lugar más, para incluir a un cuarto personaje. Ese personaje vendríamos a ser cada uno de nosotros, que estamos llamados, invitados a tomar parte y reunirnos con gran gozo en el banquete celestial.
Dios no es un puro permanecer en sí mismo, absoluto, quieto y muerto, sino que el ser de Dios es un permanente salir de sí una dinámica eterna de donación y comunión en la que Rublev nos va introduciendo la circularidad de la imagen.
De esta forma Rublev nos quiere decir que somos acogidos por Dios mismo en la comunión del Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Conclusión:
Este icono es una doxología, que se desborda de gozo y canta por sus propios medios, la gloria de Dios. La verdadera belleza no necesita pruebas. El icono no demuestra nada y a la vez muestra una evidencia luminosa. Se presenta como argumento "kalokagático" (Bello y Bueno, es decir, Verdadero) de la existencia de Dios. San Pablo formula el fundamento cristológico del icono: "Cristo es la imagen -eikòn- del Dios invisible".
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