lunes, 11 de marzo de 2019

Jesucristo y el verdadero significado de la Pascua, para los cristianos.

Por: Santiago F. Garavaglia Vodopia 



Introducción:


"¿Quién fue Jesús? ¿Qué secreto se encierra en este galileo fascinante, nacido hace dos mil años en una aldea insignificante del Imperio romano y ejecutado como un malhechor cerca de una vieja cantera, en las afueras de Jerusalén, cuando rondaba los treinta años? ¿Quién fue este hombre que ha marcado decisivamente la religión, la cultura y el arte de Occidente hasta imponer incluso su calendario? Probablemente nadie ha tenido un poder tan grande sobre los corazones; nadie ha expresado como él las inquietudes e interrogantes del ser humano; nadie ha despertado tantas esperanzas. ¿Por qué su nombre no ha caído en el olvido? ¿Por qué todavía hoy, cuando las ideologías y religiones experimentan una crisis profunda, su persona y su mensaje siguen alimentando la fe de tantos millones de hombres y mujeres?" (J. A. Pagola)


Un hombre llamado Jesús
Su nombre era Yeshúa que etimológicamente significa "Yahvé salva" y es el nombre que le puso su padre el día de su circuncisión. Era un nombre bastante común en esa época. No obstante en su pueblo lo llamaban
"Yeshúa bar Yosef", "Jesús, el hijo de José" y otros lo identificaban como "Yeshúa ha-notsrí",
"Jesús el de Nazaret". En sus escritos, Flavio Josefo (un historiador judío de la época) menciona no menos de diez personas con ese nombre. Antes del exilio en Babilonia, la forma de este nombre era "Josué". El nombre "Jesús" con el que lo conocemos en español, proviene de su forma griega: "Iesous".


Dominados por el Imperio
Antipas, tetrarca de Galilea, y a la vez vasallo de Roma, construyó una nueva ciudad a orillas del lago de Genesaret y la convirtió en la nueva capital de Galilea, a la cual nombró "Tiberíades" en honor de Tiberio, el nuevo emperador que acababa de suceder a Octavio Augusto. De esa manera los galileos habían de saber quien era el que tenía el poder. Dentro del vasto dominio del Imperio, Jesús era un humilde e insignificante galileo, sin ciudadanía romana, miembro de un pueblo sometido.

Galilea era de acuerdo a los historiadores del siglo I, un país bastante hermoso con mucho verde y fértiles llanuras. Al norte, se encontraba la Alta Galilea, región fronteriza, poco poblada, refugio de bandidos y malhechores huidos de la justicia y lugar de donde bajan con fuerza las aguas que dan nacimiento al río Jordán. Hacia el sur, la Baja Galilea, un territorio de colinas no muy elevadas, a cuyos pies se extiende una gran llanura. Desperdigados por toda la zona, numerosas aldeas y pueblos agrícolas. En la región montañosa se encontraba Nazaret, y un poco más al norte, en medio de un valle encantador, Séforis, capital de Galilea durante la infancia de Jesús. La región del lago era un zona muy rica y poblada, con tres ciudades que se ubicaban a sus orillas: Cafarnaún, Magdala y Tiberíades. Galilea era una sociedad agraria y los contemporáneos de Jesús, "se dedicaban al cultivo, y no hay parte alguna de su suelo que esté sin aprovechar" según escribió Flavio Josefo. Casi todos se dedicaban a labrar la tierra a excepción de la élite, cuyas funciones eran de gobierno, administración, recaudación de impuestos o vigilancia militar.

Muchos campesinos trabajaban tierras de su propiedad, ayudados por toda su familia; también bastantes eran simples jornaleros que, por una razón u otra, se habían quedado sin tierras. Estos se movían por las aldeas buscando trabajo sobre todo en la época de la cosecha o la vendimia y recibían su salario casi siempre al atardecer de la jornada. Jesús conocía bien este mundo. En una de sus parábolas habla de un hombre que "arrendó su viña a unos labradores". (Mc 12, 1-9) En otra recuerda a unos "jornaleros" sentados en la plaza de una aldea, en la época de la vendimia, esperando a ser contratados por algún propietario. (Mt 20,1-16) No cabe duda que Jesús mismo los veía cuando iba recorriendo las aldeas de la Baja Galilea.

Desde el poder, existía una política de extracción y tributación como una obligación de los campesinos hacia la elite, que defiende el país, protege sus tierras y lleva a cabo diversos servicios de administración, aunque esta organización económica no promovía el bien común del país, sino que favorecía el bienestar creciente de los poderosos. El primero en exigir el pago del tributo era Roma: el "tributum solí" (consistía en pagar un cuarto de la producción cada dos años), correspondiente a las tierras cultivadas, y el "tributum capitis" (cada persona pagaba un denario al año: los varones a partir de los catorce años y las mujeres desde los doce), que debía pagar cada uno de los miembros adultos de la casa y negarse a pagarlos era considerado por Roma como una rebelión contra el Imperio.

El fantasma de la deuda era temido por todos los miembros del grupo familiar y es por eso que se ayudaban unos a otros para defenderse de las presiones y chantajes de los recaudadores, aunque tarde o temprano muchos caían en un atraso del pago. Por eso una de las grandes dificultades de los campesinos era cómo guardar semilla suficiente para la siguiente siembra y cómo subsistir hasta la siguiente cosecha sin caer en una espiral de endeudamiento. Jesús conocía bien los apuros de estos campesinos que, tratando de sacar el máximo rendimiento a sus modestas tierras, sembraban incluso en suelo pedregoso, entre cardos y hasta en zonas que la gente usaba como sendero; tal cual es mencionada en la parábola del sembrador. (Mc 4,3-8)

Más tarde comenzarían a circular por Galilea, monedas de plata acuñadas por Antipas en Tiberíades. La monetización facilitaba la compra de productos y el pago del tributo a Roma y permitía a los ricos acumular sus ganancias. Las monedas de plata servían para pagar el tributo imperial por cada persona y los diversos impuestos y las de bronce se utilizaban para el intercambio de productos; era la moneda que manejaban cotidianamente los campesinos.

La firme defensa por parte de Jesús en medio de las aldeas de Galilea, a los indigentes y hambrientos, y su mensaje del "reino de Dios" representaban una fuerte crítica al Estado a los últimos de aquella sociedad o su condena de la vida suntuosa de los ricos de las ciudades, como un desafío público a aquel programa socio-político que impulsaba Antipas, favoreciendo los intereses de los más poderosos y hundiendo en la indigencia a los más débiles. La parábola del mendigo Lázaro y el rico que vive fastuosamente ignorando a quien muere de hambre a la puerta de su palacio (Lc 16,19-31); el relato del terrateniente insensato que solo piensa en construir silos y almacenes para su grano (Lc 12,16-21); la crítica severa a quienes atesoran riquezas sin pensar en los necesitados (Fuente Q = Lc 16,13 // Mt 6,24 // Lc 12,33-34 // Mt 6,19-21); sus proclamas declarando felices a los indigentes, los hambrientos y los que lloran al perder sus tierras (Lc 6,20-21); las exhortaciones dirigidas a sus seguidores para compartir la vida de los más pobres de aquellas aldeas y caminar como ellos, sin oro, plata ni cobre, y sin túnica de repuesto ni sandalias (Mt 10,9-10); sus llamadas a ser compasivos con los que sufren y a perdonar las deudas (Lc 6,36-38), y tantos otros dichos que permiten captar todavía hoy cómo vivía Jesús el sufrimiento de aquel pueblo y con qué pasión buscaba un mundo nuevo, más justo y fraterno, donde Dios pudiera reinar como Padre de todos.

Una lengua diferente
En Galilea, la lengua que se hablaba era el arameo, la cual había ido desplazando al hebreo a partir de la expansión asiria. Fue la lengua materna de Jesús. En su casa se hablaba en arameo y sus primeras palabras para llamar a sus padres fueron "abbá" e "ímmá". Fue sin duda la lengua en que anunció su mensaje a la población judía, tanto en Galilea como en Judea. Los estudiosos, registran hasta veintiséis palabras arameas atribuidas a Jesús. La más conocida era, sin duda, la expresión "abbá", con la que se dirigía a Dios, su Padre.  Jesús, sin duda alguna, hablaba y pensaba en arameo, pero su contacto con la lengua griega fue tal vez más intenso de lo que solemos pensar, sobre todo si se acercó hasta Séforis buscando trabajo. En su grupo de seguidores, algunos hablaban griego. Un recaudador como Leví tenía que saberlo para ejercer su profesión. Andrés y Felipe, de nombres griegos y provenientes de Betsaida (Cesarea de Filipo), hablaban seguramente griego y podían ayudar a Jesús a comunicarse con personas paganas. Evidentemente la llegada de los romanos no logró imponer el latín. Al parecer era utilizado exclusivamente por los funcionarios y militares romanos, pese a que en los edificios, acueductos y monumentos públicos se grababan inscripciones impresionantes en latín, pero las personas no entendían su contenido; solo captaban su mensaje de poder y dominación. No hay razones para pensar que Jesús hablara latín. Teniendo en cuenta todo esto, podemos afirmar que Jesús fue un galileo de ambiente rural que enseñaba en su lengua materna, el arameo; conocía probablemente el hebreo bíblico tanto como para entender y citar las Escrituras; y quizás se defendía algo en griego y desconocía el latín. Un claro ejemplo de esta situación lingüística, es la inscripción (Jn 19,20) se podía leer sobre la cruz en hebreo (es decir, arameo), latín y griego.

 
Un profeta itinerante de Nazaret
De acuerdo a las fuentes cristianas, Jesús aparece de repente como un profeta itinerante que recorre los caminos de Galilea, después de haberse separado de Juan el Bautista. Es como si antes no hubiera existido.  Tanto el evangelio de Mateo como el de Lucas ofrecen en sus dos primeros capítulos un conjunto de relatos en torno a la concepción, nacimiento e infancia de Jesús Son conocidos tradicionalmente como "evangelios de la infancia". Ambos ofrecen notables diferencias entre sí en cuanto al contenido, estructura general, redacción literaria y centros de interés. El análisis de los procedimientos literarios utilizados, muestra que más que relatos de carácter biográfico son composiciones cristianas elaboradas a la luz de la fe en Cristo resucitado. Se aproximan mucho a un género literario llamado "midras hagádico", que describe el nacimiento de Jesús a la luz de hechos, personajes o textos del Antiguo Testamento, que no fueron redactados para informar sobre los hechos ocurridos (probablemente se sabía poco), sino para proclamar la Buena Noticia de que Jesús es el Mesías davídico esperado en Israel, y el Hijo de Dios nacido para salvar a la humanidad. De esta manera piensan especialistas como Holzmann, Benoit, Vogtle, Trilling, Rigaux, Laurentin, Muñoz Iglesias o Brown. De ahí que la mayoría de los investigadores sobre Jesús, comiencen su estudio a partir del bautismo en el Jordán.


Un lugar llamado Nazaret
Sin embargo, Jesús no era un desconocido. La gente sabe que se ha criado en Nazaret. Conoce a sus padres y hermanos. Es hijo de un artesano. Le llaman Jesús, el de Nazaret. ¿Qué podemos saber de Jesús como vecino de esta pequeña aldea? Jesús nació probablemente en Nazaret. Solo en los evangelios de la infancia de Mateo y Lucas se nos habla de su nacimiento en Belén y lo hacen seguramente por razones teológicas, como cumplimiento de las palabras de Miqueas, un profeta del siglo VIII a.C., que dice así "Y tú, Belén, tierra de Efrata, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá, pues de ti saldrá un Jefe que será pastor de mi pueblo, Israel" (Miq 5,1). Por lo demás, todas las fuentes dicen que proviene de Nazaret (Mc 1,9 // Mt 21,11 // Jn 1,45-46 // Hch 10,38) y que era llamado "Jesús, el Nazareno" o "de Nazaret" (Mc 1,24; 10,47; 14,67; 16,6 // Lc 4,34; 24,19)

Nazaret era un pueblito desconocido, de apenas doscientos a cuatrocientos habitantes, en la montañas de la Baja Galilea, ubicada a unos 340 metros de altura en una pendiente, lejos de las grandes rutas comerciales. Más al sur, se podían visualizar las casas de la aldea y muy cerca terrazas construidas artificialmente donde se cultivaba vid de uva negra; en la parte más rocosa crecían olivos de los que se recogían aceitunas. En los campos de la falda del cerro se cultivaba trigo, cebada y mijo.

Las casas daban a un patio común que era utilizado por tres o cuatro familias del mismo grupo. Allí tenían en común un pequeño molino donde las mujeres molían el grano y el horno en el que hacían el pan. Allí se guardaban también las herramientas de labranza. Este patio era el lugar más buscado para los juegos de los niños, para el descanso y la charla de los mayores al atardecer.

Jesús vivió en una de estas humildes casas y pudo captar hasta en sus más mínimos detalles, la vida de cada día. Conoce bien cuál es el mejor lugar para colocar el candil, de manera que el interior de la casa, de paredes oscuras, quede bien iluminado y se pueda ver. Ha visto a las mujeres barriendo el suelo pedregoso con una hoja de palmera para buscar alguna moneda perdida por cualquier rincón. Sabe cuan fácil que es penetrar en algunas de estas viviendas abriendo un boquete para robar las pocas cosas de valor que se pudiesen encontrar en su interior. (Mt 5,15 // Lc 15,8-9 // Mt 24,45) También seguramente ha visto infinidad de veces cómo su madre y las vecinas salían al patio al amanecer para elaborar la masa del pan con un trozo de levadura. Si dudas, las ha observado mientras remendaban la ropa y se ha fijado en que no se le puede poner a un vestido viejo un remiendo de tela sin estrenar. Ha escuchado cómo los niños piden a sus padres pan o un huevo, sabiendo que siempre recibirán de ellos cosas buenas. Sabe perfectamente los favores que suelen hacerse entre sí los vecinos. En alguna ocasión hasta ha podido sentir cómo alguien se levantaba de noche estando ya cerrada la puerta de casa para atender a un amigo. (Mt 13,33 // Mt 9,16 // Lc 11,5-8.9-13)

Luego, cuando salga a recorrer Galilea hablando del Reino de Dios, Jesús no hará grandes discursos teológicos ni citará los libros sagrados que se leen en las reuniones de los sábados, en una lengua que no todos conocen bien. Para entender a Jesús no es necesario tener conocimientos especiales; no hace falta leer libros. Jesús les hablará desde la vida cotidiana. Su mensaje podrá ser comprendido por todos: las mujeres que ponen levadura en la masa de harina y los hombres que llegan de sembrar el grano. Basta vivir intensamente la vida de cada día y escuchar con corazón sencillo el mensaje que Jesús extrae de ella, para acoger a un Dios Padre.

Como cualquier niño siempre curioso y atento de lo que acontecía a su alrededor, se fijaba en los animales que andaban por el pueblo: las gallinas que esconden a sus pollitos bajo las alas o los perros que ladran cuando se acercan los mendigos. Mira como las palomas se le acercan confiadas, y se asusta al encontrarse con alguna serpiente durmiendo al sol junto a las paredes de su casa. (Mt 23,37 // Lc 16,21 // Mt 10,16)

Se ha fijado incontables veces en los pájaros que vuelan en torno a su aldea; ellos no siembran ni almacenan en graneros, pero vuelan llenos de vida, alimentados por Dios, su Padre. Le han entusiasmado los lirios que cubren en Abril las colinas de Nazaret; ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Observa con atención las higueras: día a día les van brotando hojas nuevas anunciando que el verano se acerca. Se le ve disfrutar del sol y de la lluvia, y dar gracias a Dios, que "hace salir su sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos". Mira las nubes grises que anuncian la tormenta y siente en su cuerpo el viento pegajoso del sur, que indica la llegada de los calores.  (Mt 6,26 ; 6,28 ; 24,32 ; 5,45 // Lc 12,55)


Una educación típica
Era costumbre en los hogares judíos como lo primero que se hacía por la mañana y lo último a la noche, una oración bastante específica. No era propiamente un credo lo que se rezaba, sino una oración que invitaba al creyente judío a vivir enamorado de Dios como su único Señor: "Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas", palabras que  se encuentran en Dt 6,4-5 y con las cuales comenzaba la oración llamada "Shemá Israel" / "Escucha, Israel").  Estas palabras repetidas todos los días al levantarse y al acostarse se fueron calando muy hondo en el corazón de Jesús. Más tarde lo diría a la gente: "Esta oración que recitamos todos los días nos recuerda lo más importante de nuestra religión: vivir enamorados totalmente de Dios". Según Mc 12,29-30, cuando un escriba que le pregunta sobre "cuál es el primero de todos los mandamientos" Jesús le responde citando las primeras palabras del Shemá Israel.

Durante los primeros años fue su madre y las mujeres del grupo familiar quienes tuvieron un contacto más estrecho con él y pudieron iniciarle mejor en la fe de su pueblo. Luego fue seguramente José quien se preocupó no solo de enseñarle un oficio, sino de integrarlo en la vida de adulto fiel a la Alianza con Dios. Jesús tenía la costumbre de llamar a Dios "Abbá" que significa "papi / papito". Misma expresión con la que se dirigía a su "padre" José.

No se sabe con certeza si Jesús pudo tener otra formación aparte de la que recibió en su casa ya que eran pocos los que sabían leer y escribir. Se estima que solo el 10% de la población del Imperio era capaz de leer y escribir. No obstante él tenía un oficio para ganarse la vida. No fue un campesino dedicado a las tareas del campo, aunque en más de una ocasión les daría una mano a quien lo necesitara, sobre todo en el tiempo de recoger las cosechas. Las fuentes dicen con toda precisión que fue un "artesano" o "constructor" como lo había sido su padre, como se puede Mc 6,3 y Mt 13,55. En estos evangelios si nos fijamos el término griego utilizado es "tekton" que no se traduce como "carpintero", sino más bien por "constructor".

La palabra designa a un artesano que trabaja con o tiene conocimientos de carpintero, herrero, albañil, cantero. Fue San Justino, en el siglo II d.C., quién estableció como canónico traducir "tekton" como "carpintero", y desde entonces se asumió como la única verdad, esta traducción reduccionista.


Un bautista en el Jordán

No se sabe cuándo y bajo qué circunstancias, pero, en un determinado momento, Jesús deja su trabajo de artesano, abandona a su familia y se aleja de Nazaret, y en un determinado momento, Jesús se acercó a Juan el Bautista, escuchó su llamada a la conversión y se hizo bautizar por él en las aguas del río Jordán. Este hecho ocurrió alrededor del año 28, y para Jesús fue un momento decisivo, pues significaría un giro total en su vida. Pese a que algunos autores piensan que Jesús buscaba en el bautismo el perdón de sus pecados personales (Hollenbach), en realidad la simple aceptación del bautismo no nos proporciona ningún dato preciso, como para ahondar en la conciencia de Jesús. Pero cuando, en el silencio de la noche del desierto, se acallan los gritos del Bautista y no se oye el murmullo de la confesión de los pecados de los que se sumergen en el Jordán, Jesús escucha la voz de Dios, que lo llama a una misión nueva.

Sin embargo Jesús no vuelve inmediatamente a Galilea. Permanece durante algún tiempo en el desierto junto al Bautista. Ignoramos cómo pudo ser la vida de los que se movían en el entorno de Juan, pero la mayoría de ellos, una vez bautizados, se volvían a sus casas, aunque mantenían viva la conciencia de formar parte del pueblo renovado que se iba gestando. Luego, ante la muerte del Bautista, Jesús reacciona de una manera sorprendente. No abandona la esperanza que animaba a Juan. Muy al contrario, la radicaliza hasta extremos insospechados. No sigue bautizando como otros discípulos de Juan, que continuaron su actividad. Inicia un proyecto diferente para la renovación de Israel y el deceso de Juan el Bautista, no va a ser el fracaso de los planes de Dios, sino el comienzo de su acción salvadora.


Un profeta diferente
En torno al año 28, Jesús tiene unos treinta y dos años y abandona el desierto que ha sido el marco de la preparación y se dirige a la tierra habitada por Israel a proclamar y "presentar" la salvación que se ofrece ya a todos con la llegada de Dios. Las personas no tendrán ya que acudir al desierto. Será él mismo, acompañado de sus discípulos y colaboradores más cercanos, el que recorrerá la tierra prometida. Mientras que a Juan lo llamaban "bautizador", debido a que su actividad giraba en tomo al bautismo; a Jesús lo llamaron "comilón" y "amigo de pecadores", puesto que acostumbraba a celebrar, comiendo con personas indeseables.

El reino de Dios es la clave esencial, para captar el sentido que Jesús da a su vida y para entender el proyecto que quiere ver realizado en Galilea, en el pueblo de Israel y, en definitiva, en todos los pueblos. Y aunque pueda sorprender a más de uno, Jesús solo habló del "Reino de Dios", no de la "iglesia". El Reino de Dios aparece 120 veces en los evangelios sinópticos; la iglesia solo dos veces (Mt 16,18 y 18,17), obviamente no es un término empleado por Jesús. Etimológicamente, la palabra "iglesia" es un neologismo del griego "ekklesia" aunque vale aclarar, para evitar las confusiones, que la Iglesia no es un edificio de piedra sino que son las personas o miembros que la conforman. Las personas somos las piedras vivas que hacemos parte de ella como lo dice Pedro (1Ped 2, 5). La Iglesia Católica jamás ha dicho que la Iglesia son los edificios. Dentro de esta iglesia, hay una organización y sus funcionarios que (de acuerdo a sus nombres originales en griego) son los "episkopoi" (vigilantes), "presbyteroi" (ancianos) y los "diakonoi" (servidores).


Una particular forma de narrar
El mensaje que transmitía Jesús impresionó desde un primer momento. Su manera de hablar de Dios provocaba entusiasmo en los más sencillos e ignorantes de Galilea. Era lo que necesitaban oír: Dios se preocupa de ellos. Las fuentes cristianas, presentan constantemente y de diversas maneras el mensaje de Jesús y su actuación como "evangelion" (evangelio) que en griego significa literalmente "Buena Noticia". Habría que mencionar además, que durante este proceso de anunciación, las personas percibían que Jesús ponía en cuestión la soberanía absoluta y exclusiva del emperador. Así pues, no sería extraño que, en una ocasión, "herodianos" del entorno de Antipas y "fariseos" le plantearan una de las cuestiones más delicadas y debatidas: "¿Es lícito pagar tributo al César o no?". Jesús pidió un denario y preguntó de quién era la imagen acuñada y la inscripción. Naturalmente, la imagen era de Tiberio y la inscripción decía: "Tiberius, Caesar, Divi Augusti Filius, Augustus". Aquel denario, era el símbolo más universal del poder "divino" del emperador. Jesús pronunció entonces unas palabras que quedaron profundamente grabadas en el recuerdo de sus seguidores: "Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Este episodio está recogido en Marcos, en la fuente Q y en el Evangelio [apócrifo] de Tomás. Hay un consenso general en que estas palabras de Jesús recogen con autenticidad su respuesta (Mc 12,17 // Mt 22,21 // Lc 20,25 // Evangelio [apócrifo] de Tomás 100,2-3).

Por otro lado, Jesús no solo denuncia lo que se opone al reino de Dios. No busca solo la conversión individual de cada persona. Los ve angustiados por las necesidades más básicas: pan para llevarse a la boca y vestido con que cubrir su cuerpo. Jesús entiende que, entrando en la dinámica del Reino de Dios, esa situación puede cambiar: "No anden preocupados por su vida, por la comida, o por la ropa para cubrir el cuerpo... Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y lo demás lo recibirán por añadidura". (Fuente Q: Lc 12,22.31 // Mt 6,25.33). Otra de las tribulaciones que poseía la gente en esta época y de lo cual Jesús era muy consciente, era sobre el fantasma de la deuda; como se dijo antes. Trataban de evitarlo a toda costa. De hacerlo, podían llegar a perder las tierras y quedar en el futuro a merced de los grandes terratenientes. Todo el mundo exigía a su vecino el pago riguroso de las deudas contraídas por pequeños préstamos y ayudas para poder responder a las exigencias de los recaudadores. Pero Jesús trata de cambiar esa forma de pensar, invitándolos al perdón mutuo y a la cancelación de las deudas. Dios llega ofreciéndonos su perdón y pide que actuemos igualmente con el prójimo. De esto nace la petición de Jesús: "Perdona nuestra ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden", que está recogida de la fuente Q (Mt 6,12 // Lc 11,4), aunque la versión conservada en Mateo parece más original, de acuerdo a los exegetas.

Jesús trató de responder a todas las preguntas sobre la vida, la fuerza salvadora de Dios, su infinito perdón y tantas otras, si se quiere denominar de carácter "filosófico", que se hacía la gente ordinaria con las parábolas más bellas y conmovedoras que salieron jamás de sus labios. No cabe duda que las trabajó largamente en su corazón. Todas invitan a intuir la increíble misericordia de Dios. La más cautivadora es la del padre bueno (es un error llamarla parábola del "hijo pródigo", ya que la figura central es el padre). Aunque solo se conserva en Lc 15,11-32 no hay dudas de que esta parábola es genuina y que fue narrada por Jesús. Lucas ha entendido la parábola como una respuesta de Jesús a los "escribas y fariseos" que le critican por comer con pecadores. Autores recientes consideran que Jesús la debió de pronunciar en un contexto más amplio que el que sugiere Lucas. Cuando Jesús comienza a hablar de los problemas de un padre para mantener unida a su familia, todo el mundo le presta atención. Conocen conflictos parecidos. Lo que pide ese hijo es imperdonable. Al exigir la parte de su herencia está dando por muerto a su padre, rompe la solidaridad de la familia y echa por tierra su honor. Lo que exige es una locura y una vergüenza para todo el pueblo. El padre no dice nada. Respeta la insensatez de su hijo y le entrega su herencia. 

Pero los judíos se preguntaban: ¿Qué clase de padre es este? ¿Por qué no impone su autoridad? ¿Cómo puede aceptar la locura del hijo perdiendo su propia dignidad y poniendo en peligro a toda la familia? Estas preguntas y quizás muchas más se suscitaron cuando oían de la boca de Jesús esta parábola. Mas su estupor no era infundado. Todos conocían y recordaban perfectamente lo que decía el libro del Eclesiástico, escrito por Ben Sirá entre los años 190-180 a.C., que daba estos sabios consejos: "A hijo y mujer, a hermano y amigo, no darás poder mientras vivas... Reparte tu herencia cuando acaben los días de tu vida, a la hora de tu muerte" (34,20-24). Para una familia de labradores de Galilea, matar un ternero era muy costoso y poco frecuente. Solo se hacía en las grandes fiestas para compartirlo con los vecinos. Otros datos de esta importantísima parábola, los podemos notar en el análisis del texto original en griego. Cuando aún estaba lejos, el padre "lo vio y sintió compasión" (literalmente "se le conmovieron las entrañas"), el padre se dirige a su hijo con mucho cariño, llamándolo "teknon", término afectuoso que se puede traducir como "mi querido hijo", "mi pequeño". Y como esta parábola, muchas otras que al igual que a toda la Biblia, no hay que leerlas a la ligera.

Al oír hablar de un hombre asaltado y dejado medio muerto al costado del camino (Lc 10,30-36), en el corazón de los oyentes se despierta la simpatía y la piedad. Es una víctima inocente, abandonada en un camino solitario, que necesita ayuda urgente. Podría ser uno de ellos. Y aunque el herido permanece anónimo a lo largo de todo el relato y no puede ser identificado ni siquiera por sus vestiduras, de las que ha sido "despojado", hay que pensar que es un judío mientras el narrador no diga otra cosa. Por el camino aparecen afortunadamente dos viajeros: primero un sacerdote y luego un levita. Ambos vienen del templo. Han realizado su servicio a lo largo de la semana y, cumplidas ya sus obligaciones en el templo, se vuelven a su casa de Jericó. El herido los ve llegar esperanzado: son de su propio pueblo; representan al templo; sin duda alguna se apiadarán de él. Pero desafortunadamente no es así. Al llegar a su altura, los dos tienen la misma reacción: lo ven y  pasan por "el otro lado del camino". Los oyentes no pueden evitar  sentirse escandalizados de su falta de compasión. En el horizonte aparece un tercer viajero. No es sacerdote ni levita; no viene del templo; ni siquiera pertenece al pueblo elegido de Israel. Es un odiado samaritano. Los samaritanos eran una población que provenía de la unión de los colonizadores asirios y las mujeres israelitas que no fueron deportadas a Asiría después de la destrucción del reino del norte (721 a.C.). Al volver del destierro de Babilonia (537 a.C.), los judíos los excluyeron del "pueblo elegido" y no les permitieron tomar parte en la reconstrucción del templo, a causa de su origen impuro y su observancia poco estricta de la religión judía. Era proverbial el antagonismo entre el templo judío de Jerusalén y el centro de culto samaritano del Garizín. El odio entre ambos pueblos creció cuando entre el año 6 y el 9 d.C. 

En víspera de las fiestas de Pascua, un grupo de samaritanos esparció por el templo huesos de muertos, dejándolo impuro para cualquier celebración. Este samaritano, probablemente era un comerciante dedicado a sus negocios. El herido lo ve llegar con temor. También los oyentes se alarman, debido a su declarada enemistad y el pobre herido no podía más que esperar de él lo peor. Sin embargo, el samaritano ve al herido, "siente compasión" y se le acerca, desinfecta sus heridas con vino, las suaviza con aceite, lo venda, lo monta sobre su propia cabalgadura, lo lleva a la posada más cercana, cuida de él y corre con todos los gastos que hagan falta. Su actuación se asemeja más a la de una madre cuidando con ternura a su hijo herido. La sorpresa de los oyentes no puede ser mayor ¿Cómo puede Jesús ver el Reino de Dios en la compasión de un odiado samaritano? La parábola rompe todos sus esquemas y clasificaciones entre amigos y enemigos, entre miembros del pueblo elegido y gentes extrañas e impuras. ¿Será verdad que la misericordia de Dios nos puede llegar no del templo ni de los canales religiosos oficiales, sino de un enemigo proverbial? Para Jesús, la mejor metáfora de Dios es la compasión hacia un herido. El odiado enemigo resulta ser el salvador. El Reino de Dios se hace presente donde las personas actúan con misericordia. Hasta un enemigo tradicional, renegado por todos, puede ser instrumento y encarnación del amor compasivo de Dios. El mensaje de Jesús constituye una verdadera "revolución" y un desafío para todos y cada uno de los que lo escuchan.

Jesús introduce con toda naturalidad en sus parábolas personajes y realidades que, para sus oyentes, habituados a las Escrituras judías, tenían un sentido alegórico claro. Cuando habla de un "padre" o un "rey", la gente piensa fácilmente en Dios. Si habla de la "viña" saben que se refiere a Israel. Cuando  describe un "banquete" o una "cosecha", empiezan a soñar con los últimos tiempos. Es un error eliminar de las parábolas todo rasgo alegórico. La mente semita no hace una distinción muy precisa entre parábola y alegoría (Brown, Drury, Gowler). Algunos análisis recientes (Funk, Wilder, Crossan, Scott) han abierto nuevas perspectivas desde la lingüística moderna, pero no siempre ayudan a comprender el contexto lingüístico en el que se movía Jesús.


La celebración de la Pascua
El tiempo pasó y llegó el mes de nísán (que corresponde a Marzo-Abril de nuestro calendario) del año 30. Las lluvias de invierno estaban cesando poco a poco. Comenzaba la primavera en las colinas de Galilea y surgían los brotes de las higueras: todo esto, le recordaba todos los años a Jesús, la cercanía inminente del Reino de Dios, llenando el mundo de vida nueva. El clima era agradable. Las personas se preparaban para subir en peregrinación a Jerusalén a celebrar la gran fiesta de la Pascua. Desde Galilea eran tres o cuatro días de caminata. Se podía pasar la noche cómodamente al aire libre. Además, la luna iba creciendo: el día de Pascua sería luna llena. Jesús comunicó a los suyos su decisión: quería subir a Jerusalén como peregrino, acompañado de sus discípulos. Miles de peregrinos venían de Palestina y de todos los rincones del Imperio se congregarían para reavivar durante las fiestas de Pascua su anhelo de libertad. Sus discípulos, al parecer, se alarmaron con la idea. Jesús es consciente del peligro que corre en Jerusalén. Su mensaje puede irritar a los dirigentes del templo y a las autoridades romanas. No obstante, Jesús sube a la ciudad santa. Aunque ya no volverá.

En su corazón se entremezclan la alegría y la pena, el temor y la esperanza. Nunca sabremos lo que vivió. Solo faltaban unos días para que sea ejecutado. Desde el monte de los Olivos, podía verse toda la ciudad. A lo lejos, en la parte más elevada, el antiguo palacio de Herodes, con sus fastuosas salas y sus jardines, convertido en sede ocasional del prefecto romano: quizás Pilato se encuentra ya allí para vigilar de cerca las fiestas de Pascua. Muchos peregrinos van acercándose a la ciudad cantando su alegría por haber llegado a Jerusalén después de un largo viaje. Lo mismo hace el grupo de Jesús. Se acercan ya a las puertas de la ciudad. Es el último tramo, Jesús lo ha querido recorrer montado sobre un burro, como humilde peregrino que entra en Jerusalén deseando a todos la paz. En ese momento, contagiados por el clima festivo de la Pascua y enardecidos por la expectación de la pronta llegada del Reino de Dios, en la que tanto insistía Jesús, comienzan a aclamarlo. Algunos cortan cualquier rama o follaje verde que crece junto al camino, otros extienden sus túnicas a su paso. Expresan su fe en el Reino de Dios y su agradecimiento a Jesús. No es una recepción solemne organizada para recibir a un personaje ilustre y poderoso. Es el homenaje espontáneo de los discípulos y seguidores que vienen con él. Según se nos dice, los que le aclaman son peregrinos que "iban delante de él" o que "le seguían". El relato se encuentra en Mc 11,1-11 (y paralelos) y Jn 2,13-22, pero hay que mencionar que la mayoría de los investigadores piensa que Jesús realmente entró en Jerusalén montado en un burro, realizando así un gesto simbólico para anunciar el Reino de Dios como un reino de paz y justicia frente al Imperio de Roma, construido sobre la violencia y la injusticia. El hecho fue más tarde elaborado teológicamente para convertirlo en la entrada triunfal del Mesías en Jerusalén (Gnilka, Roloff, Schlosser, Crossan).

A los romanos no les podía hacer ninguna gracia. Y aunque se ignora el alcance que pudo tener el gesto simbólico de Jesús en medio de aquel gentío multitudinario, en cualquier caso, aquella entrada "antitriunfal", es una burla que puede herir ciertas susceptibilidades. Este acto público de Jesús anunciando un antirreino no violento habría bastado para decretar su ejecución. Como se expresó antes, al transformar el gesto original de Jesús en una afirmación de su carácter mesiánico se llevó a cabo un trabajo redaccional importante: se añadió la leyenda del hallazgo maravilloso de "un burrito atado, que aun nadie ha montado" (Marcos 11,1-6); se enriqueció la aclamación con otro grito: "Bendito el reino que viene de nuestro padre David" (Mc 11,10); Mateo y Juan añadieron por su cuenta una cita del profeta Zacarías, tomada de la Biblia griega, para ilustrar el sentido del hecho: "Alégrate, ciudad de Sión: grita de júbilo, Jerusalén; mira a tu rey que está llegando: justo, victorioso, humilde, cabalgando un burro, una cría de burra." (9,9).


El comienzo del finPocos días después, ocurre otro hecho mucho que se considera como la acción pública más grave de su vida: Llega al templo y con paso decidido entra en el gran patio donde se llevan a cabo diversas actividades necesarias para el culto. Allí se cambian las diferentes monedas del Imperio por el shekel de Tiro (única moneda que se acepta en el templo) sin duda por ser la más fuerte y estable en aquella época. Allí se venden las palomas y demás animales necesarios para los sacrificios; los peregrinos prefieren comprarlos en el mismo Jerusalén en vez de traerlos desde su casa, con el riesgo de perderlos o lesionarlos en el camino, dejándolos inservibles para el culto. Jesús "comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban"; además "volcó las mesas de los cambistas y los puestos de vendedores de palomas"; por último "no permitía que nadie transportase cosas por el templo". Probablemente su intervención es bastante modesta, y solo altera momentáneamente el funcionamiento rutinario de la jornada. No puede hacer mucho más. Para bloquear el funcionamiento del templo, se hubiera necesitado un buen número de personas. En este punto, es importante destacar que el episodio se encuentra en dos versiones probablemente independientes: Mc 11,15-19 y Jn 2,13-22. El hecho es auténtico. Sucedió al final de la vida de Jesús y no al comienzo de su actividad, como da a entender Juan. Más tarde fue iluminado con citas de Is 56,7 y Jer 7,11 puestas en labios de Jesús. Por su parte, Juan le ha dado al episodio unas dimensiones que no tenía en su origen: según él, Jesús "hace un látigo con cuerdas" y expulsa a "vendedores de bueyes y ovejas", no solo de palomas. Atacar el templo era atacar el corazón del pueblo judío, el símbolo alrededor del cual gira todo lo demás, el centro de la vida religiosa, social y política.

Si bien reconocemos que la acción de Jesús fue sin duda un gesto hostil de protesta, pero ¿qué significado concreto le quiso atribuir a su arrebato profético? Para entender todo su alcance hemos de aproximarnos al clima de ambigüedad que envuelve al templo y a los altos dignatarios que lo controlan en aquellos momentos. El recelo venía desde el inicio mismo de las obras de restauración. ¿Qué es el templo en estos momentos? ¿Casa de Dios o signo de colaboración con Roma? ¿Templo de oración o almacén de los diezmos de los campesinos? ¿Santuario de perdón o símbolo de las injusticias? ¿Está al servicio de la Alianza o beneficia a los intereses de la aristocracia sacerdotal? En este lugar de culto ha surgido una enorme organización mantenida por un exagerado cuerpo de funcionarios, escribas, administradores, contables, personal de orden y siervos de las grandes familias sacerdotales; que según el historiador Flavio Josefo, su número ascendía a unas veinte mil personas. El gesto de Jesús era más radical todavía. Marcos lo grafica con el término griego "katastrefo" evoca claramente la "destrucción" catastrófica del templo. Jesús anuncia el juicio de Dios no contra aquel edificio, sino contra un sistema económico, político y religioso que no puede agradar a Dios. El templo se ha convertido en símbolo de todo lo que oprime al pueblo. En la "casa de Dios" se acumula la riqueza; en las aldeas de sus hijos crece la pobreza y el endeudamiento. Como este gesto, Jesús hizo diversas acciones simbólicas: las comidas con pecadores, la elección de los doce, la entrada en Jerusalén, la última cena. Seguía la costumbre de grandes profetas como Isaías y Jeremías.

La actuación de Jesús fue demasiado lejos. El personal de seguridad del templo y los soldados romanos saben lo que tienen que hacer. Hay que esperar a que la ciudad se encuentre más tranquila y los ánimos de los peregrinos más calmados, ya que el caso no preocupa solo a los sacerdotes del templo; inquieta también a las autoridades romanas. El templo es siempre lugar de conflictos y por esa razón lo vigilan de cerca, porque no es para nada aconsejable detenerlo en público, mientras está rodeado de seguidores y simpatizantes. Ya encontrarán el modo de apresarlo de manera discreta.


Una última cena
Jesús sabe que sus horas están contadas. Sin embargo no piensa en ocultarse o huir. Lo que hace es organizar una cena especial de despedida con sus amigos más cercanos. Los quiere preparar para un golpe muy duro. Su ejecución no les tiene que hundir en la tristeza o la desesperación. Al parecer, no se trata de una cena pascual. Es cierto que algunas fuentes indican que Jesús quiso celebrar con sus discípulos la cena de Pascua, en la que los judíos conmemoran la liberación de la esclavitud egipcia. Sin embargo, al describir el banquete, no se hace una sola alusión a la liturgia de la Pascua, nada se dice del cordero pascual ni de las hierbas amargas que se comen esa noche, no se recuerda ritualmente la salida de Egipto, tal como estaba prescrito. El dato más verosímil proviene de otra fuente que sitúa la cena de Jesús antes de la fiesta de Pascua, pues nos dice que Jesús es ejecutado el 14 de nisán, la víspera de Pascua. Así pues, no parece posible establecer con seguridad el carácter pascual de la última cena. Hoy, por lo general, los autores niegan el carácter pascual de la última cena o lo dejan bajo interrogante (Schürmann, Léon-Dufour, Theissen, Schlosser, Roloff, Theobald...).

Un día Jesús se sentará a la mesa para celebrar, con una copa en sus manos, el banquete eterno de Dios con sus hijos. Beberán un vino "nuevo" y compartirán juntos la fiesta final del Padre. La cena de esta noche es un símbolo. Y movido por esta convicción, comienza la comida siguiendo la costumbre judía: se pone en pie, toma en sus manos pan y pronuncia, en nombre de todos, una bendición a Dios, a la que todos responden diciendo "amén". Luego rompe el pan y va distribuyendo un trozo a cada uno. A todos les es familiar ese gesto. Probablemente se lo han visto hacer a Jesús en más de una ocasión. Saben lo que significa aquel rito del que preside la mesa: al obsequiarles con este trozo de pan, Jesús les hace llegar la bendición de Dios. Era un acto importante entre los judíos al comenzar la comida. Al parecer, en tiempos de Jesús se hacía ya de forma fija y ritualizada. Creaba entre los comensales una "comunión de mesa" ante Dios (Jeremías, Schürmann, Léon-Dufour). Sin embargo, aquella noche, Jesús añade unas palabras que le dan un contenido nuevo e insólito a su gesto. Mientras les distribuye el pan les va diciendo estas palabras: "Esto es mi cuerpo".

No es posible reconstruir las palabras exactas de Jesús a partir de las diferentes versiones. Grandes especialistas como Jeremias, Schurmann o Léon-Dufour han renunciado a ello, aunque la posición mas generalizada ve en Marcos (= Mateo) el sustrato mas antiguo "Esto [es] mi cuerpo", Pablo añadió "por ustedes", Lucas ha completado "Esto es mi cuerpo entregado por ustedes" (Schlosser, Roloff, Theobald). La palabra "cuerpo" en arameo, viene a ser la "persona concreta", "yo mismo".

Era costumbre que antes de terminar la cena, para el que presidía la mesa, tomar su copa de vino con la mano derecha mientras permanecía sentado. La elevaba y pronunciaba una acción de gracias por la comida, a la que todos respondían "Amén". Acto seguido, bebía de su copa, lo cual indicaba al resto que también bebiera de la suya. No obstante, esa noche Jesús cambió el rito, invitando a sus discípulos que beban de una única copa: la propia. Todos comienzan a pasarse unos a otros esta "copa de la salvación" que ha sido bendecida por Jesús, en la cual él ve algo singular y a la vez "nuevo" que desea explicarles: "Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre. Mi muerte abrirá un futuro nuevo para todos." Jesús no piensa solo en sus discípulos más cercanos. En este momento decisivo y crucial, el horizonte de su mirada se hace universal: la nueva Alianza, el Reino definitivo de Dios será para muchos, "para todos". Así como está ahora en medio de ellos en aquella cena, así quiere que lo recuerden siempre. El pan y la copa de vino les evocará antes que nada la fiesta final del Reino de Dios; la entrega de ese pan a cada uno y la participación en la misma copa les traerá a la memoria la entrega total de Jesús, que no piensa solo en sus discípulos más cercanos.

Se cree que quizás Jesús, siguió una costumbre que consistía en enviarle una "copa bendecida" a alguien a quien deseaba sea partícipe de la bendición, aunque no estuviera en la mesa. (Dalman, Blllerbeck, Schurmann) Se le llamaba "copa de la salvación" (Salmo 116,13) y, al parecer, tenía mas o menos el valor de nuestra acción de brindar a la "¡Salud!" de alguien. Todas las fuentes hablan de la "alianza", pero de forma diversa. Pablo y Lucas dicen "Esta copa es la nueva alianza en mi sangre", Marcos y Mateo, por el contrario "Esta es mi sangre de alianza". Los autores dudan en privilegiar un texto u otro. Bastantes prefieren la forma de Pablo y Lucas, puesto que el paralelismo "esto es mi cuerpo" = "esta es mi sangre" parece más propio de una adaptación a la acción litúrgica que del lenguaje de una cena (Thelssen). Otros dudan de la historicidad de las palabras sobre la sangre, pues nunca aparece en labios de Jesús la palabra "alianza", pero tampoco se excluye que la empleara en esta ocasión. En Mc 14,24 se dice que la sangre es derramada "por muchos" y aunque la expresión griega "hyper pollon" significa literalmente "por muchos", en la lengua aramea en que esta hablando Jesús no tiene sentido exclusivo, sino que sugiere la idea de totalidad. La mejor traducción al español es "por todos". El mandato "Hagan esto en memoria mía" (1Cor 11,24 // Lc 22,21) y la orden "Cada vez que beban, háganlo en memoria mía" (1Cor 11,25) no pertenecen a la tradición mas antigua. Probablemente provienen de la liturgia cristiana posterior, pero sin duda ese fue el deseo de Jesús al celebrar esta solemne despedida. Asimismo, el pan partido no es símil del cuerpo muerto y despedazado de Jesús, ni el vino es imagen de su sangre (el color rojo no es mencionado nunca), son mas bien imagen del banquete y la fiesta del Reino de Dios. Es el gesto de Jesús entregando un trozo de pan a cada uno y haciendo beber a todos de su copa el que significa su entrega hasta la muerte. Profundizando mas en esa entrega hasta la muerte, Marcos dice que la sangre de Jesús "se derrama por todos" (14,24), Mateo añade que se derrama "para el perdón de los pecados" (26,28), Pablo y la carta a los Hebreos la presentan teológicamente como "un sacrificio de expiación" por el pecado de la humanidad. Recientemente, diversos investigadores han visto en la "última cena" una acción que "complementa" el gesto profético realizado poco antes por Jesús contra el templo. Según esta hipótesis, Jesús habría entendido la "cena" como una alternativa nueva y radical al sistema del templo. El servicio al Reino de Dios y su justicia no estaría vinculado al sistema religiosopolítico-económico del templo judío, sino a la experiencia fraterna de una comida donde los seguidores de Jesús se alimentarían de su espíritu de servicio al proyecto de Dios y de su confianza en la fiesta final junto al Padre (Theissen, Neusner, Chilton, Wright).

Jesús, realiza un nuevo signo invitando a sus discípulos al servicio fraterno. El evangelio de Juan dice que, en un momento determinado de la cena, se levantó de la mesa y "se puso a lavar los pies de los discípulos". Según el relato, lo hizo para dar ejemplo a todos y hacerles saber que sus seguidores deberían vivir en actitud de servicio mutuo: "Lavándose los pies unos a otros". La escena es probablemente una creación del evangelista, pero recoge de manera admirable el pensamiento de Jesús. El gesto es insólito y más en una sociedad donde está tan perfectamente determinado el rol de las personas y los grupos, es impensable que el comensal de una comida festiva, y menos aún el que preside la mesa, se ponga a realizar esta tarea humilde reservada a siervos y esclavos. Según el relato, Jesús deja su puesto y, como un esclavo, comienza a lavar los pies a los discípulos. Difícilmente se puede trazar una imagen más expresiva de lo que ha sido su vida, y de lo que quiere dejar grabado para siempre en sus seguidores. Lo ha repetido muchas veces: "El que quiera ser el primero, que se haga último y el servidor de todos". (Mc 10,43-44 // Cf. También Mc 9,35) Así lo expresa Jesús gráficamente en esta escena: limpiando los pies a sus discípulos está actuando como siervo y esclavo de todos; dentro de unas horas morirá crucificado, un castigo reservado sobre todo a esclavos.


Aprehensión y juicio de Jesús
Apenas pudo disfrutar Jesús de algunas horas de libertad después de su despedida. Hacia media noche fue apresado por la policía del templo en un huerto situado en el valle del Cedrón, al pie del monte de los olivos, a donde se había retirado a orar. Un hombre que condenaba públicamente el sistema del templo y que hablaba ante judíos sobre un "imperio" que no era el de Roma, no podía seguir moviéndose libremente en el explosivo ambiente de las fiestas de Pascua. Si bien no se puede saber con exactitud que ocurrió en los últimos días de Jesús, si podemos tener por seguro que fue "condenado a muerte durante el reinado de Tiberio, por el gobernador Poncio Pilato". Así nos informa Tácito, el celebre historiador romano (58-117 d.C.). Lo mismo afirma Flavio Josefo, añadiendo datos de sumo interés: Jesús "atrajo a muchos judíos y a muchos de origen griego. Y cuando Pilato, a causa de una acusación hecha por los hombres principales de entre nosotros, lo condenó a la cruz, los que antes lo habían amado no dejaron de hacerlo". Esto coincide con lo que sabemos por las fuentes cristianas y podemos resumirlo así: Jesús fue ejecutado en una cruz; la sentencia fue dictada por el gobernador romano; hubo una acusación previa por parte de las autoridades judías; solo Jesús fue crucificado, nadie se preocupó de eliminar a sus seguidores. Esto significa que Jesús fue considerado peligroso porque, con su actuación y mensaje, denunciaba de raíz el sistema vigente, pero ni las autoridades judías ni las romanas vieron en él al cabecilla de una banda de insurgentes; de otra manera habrían actuado contra todo el grupo. Era suficiente con eliminar al líder, pero de una manera que aterrorice a sus seguidores y simpatizantes. Y en ese momento, nada podría haberlo cumplido más que la crucifixión pública.

Como bien sabemos, los evangelios ofrecen una narración muy detallada acerca de la pasión de Jesús. No obstante, para utilizar su información correctamente, hay que tener en cuenta diversos aspectos. En primer lugar, no sabemos quiénes han podido ser testigos directos de los hechos: los discípulos huyeron a Galilea; las mujeres pudieron observar algo a cierta distancia y ser testigos de los acontecimientos públicos, pero ¿quién pudo saber cómo se desarrolló la conversación entre Jesús y el sumo sacerdote o el encuentro con Pilato? Probablemente, los primeros cristianos tenían noticia del curso general de los acontecimientos (interrogatorio ante las autoridades judías, entrega a Pilato, crucifixión), pero no de sus detalles. Por otra parte, el relato de la pasión no se parece al resto de los relatos evangélicos, compuestos por pequeñas escenas y episodios transmitidos por la tradición. Más bien se trata de una composición larga que describe la sucesión de unos hechos enlazados entre sí. Todo hace pensar que la redacción se debe al trabajo de "escribas" que narran la pasión buscando en las Sagradas Escrituras, el sentido profundo de los hechos. Lo que se observa en el trasfondo del relato, no es tanto la transmisión de tradiciones, sino el trabajo delicado de unos escribas expertos en buscar en el Antiguo Testamento, textos que puedan ayudar a captar el sentido profundo de los hechos. El problema está en saber si los relatos describen acontecimientos reales iluminados por una cita bíblica o si son los textos bíblicos los que han llevado al escriba a "inventar" total o parcialmente determinado episodio.

Acá es necesario pararnos y tener en cuenta las tendencias que se advierten en estos relatos y que la investigación moderna está precisando cada vez con más rigor. Frente a los que pueden llegar a considerar los hechos de la pasión como desprovistos de sentido, estos escritos se esfuerzan por hacer ver, a veces de manera artificiosa, que se han ido cumpliendo providencialmente los designios de Dios. Es clara también la tendencia cada vez mayor de la tradición a disculpar a los romanos, subrayando la inocencia de Pilato, mientras se insiste de manera cada vez más brutal en culpabilizar a todo el pueblo judío de la crucifixión del Mesías, Hijo de Dios. Al mismo tiempo se advierte también el interés en presentar a Jesús como el mártir inocente, ejecutado injustamente por los impíos, pero rehabilitado por Dios, siguiendo un esquema bien conocido en la tradición judía. De esta manera, el crucificado se convierte en modelo ejemplar para los cristianos que están siendo perseguidos. Finalmente, no hemos de olvidar, la tendencia a desarrollar episodios legendarios, muy del gusto de los relatos populares.

Mateo, sobre todo, va ofreciendo citas explícitas o indicaciones implícitas del Antiguo Testamento al hablar de la huida de los discípulos, la respuesta de Jesús al sumo sacerdote, las treinta monedas pagadas a Judas por su traición, los gritos del pueblo pidiendo la crucifixión de Jesús, las burlas y agravios de los soldados, la bebida que le ofrecen en la cruz, el reparto de sus vestiduras, su ejecución entre dos malhechores, su grito de queja a Dios... . Los judíos, no quieren ganarse la hostilidad de Roma presentándose como herederos de alguien condenado por las autoridades romanas como peligroso para el Imperio; al mismo tiempo desean diferenciarse claramente del resto de los judíos, que están siendo perseguidos por Roma después de la caída de Jerusalén. Aunque históricamente fue Pilato quien dictó la sentencia de muerte, Lucas lo presenta proclamando por tres veces la inocencia de Jesús (23,4.14.22). Según Mateo, Pilato se declara "inocente" y se lava las manos (27,24). Juan lo presenta entregando a Jesús a los judíos para que sean ellos los que lo crucifiquen (19,16). Por el contrario, aunque al comienzo Mc 14,1 solo habla de la conspiración de los sumos sacerdotes y escribas, Mt 27,25 insiste en que es todo el pueblo el que exige la crucifixión de Jesús y "que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos". Según Juan, son los "judíos" los que piden su muerte (18,31.38). El "proceso a Jesús" se convierte más de una vez en "proceso a los judíos". (A. Marchadour)

Como vimos, el incidente del templo es el que precipita la actuación contra Jesús. El sumo sacerdote no se olvida y de él parte, seguramente, la orden de detención; pues está facultado para tomar medidas contra los alborotadores en el recinto sagrado. Los que irrumpen en el huerto de Getsemaní son fuerzas de seguridad del templo, no los soldados romanos de la torre Antonia. Vienen debidamente armados, y su objetivo es apresar a Jesús para conducirlo ante el sumo sacerdote Caifás. De acuerdo al evangelio de San Juan (18,3.12) una "cohorte" (unidad militar formada por seiscientos soldados) es la que llega. Este dato no merece el menor crédito, no solo por el número evidentemente exagerado de hombres, sino porque es impensable que soldados romanos conduzcan a Jesús ante el sumo sacerdote y no ante su prefecto. La escena descrita en 18,1-9 ha sido compuesta por Juan para destacar el señorío de Jesús, que, al decirles "Soy yo", los hace caer a todos en tierra. En el caso de la intervención de Judas, se desestima que no haya existido, puesto que en la comunidad cristiana no se hubiera inventado semejante traición protagonizada por uno de los Doce (R. E. Brown). La hipótesis de que su figura y actuación son pura creación de Marcos para simbolizar la traición del pueblo judío (Judas = Yehudá = Judá) no está basada en argumentos convincentes. El mismo J. D. Crossan lo considera un personaje real, "seguidor" de Jesús, a quien traicionó (en contra de la posición mayoritaria del Jesús Seminar). La huida de los discípulos en Mc 14,50; es considerada en general como un hecho verídico. Los detalles del joven huyendo desnudo o el episodio de Pedro cortando la oreja de Malco, un siervo del sumo sacerdote y la posterior curación realizada por Jesús pertenecen probablemente al mundo de la leyenda.

Al ser detenido Jesús, los discípulos huyen asustados a Galilea. Solo se quedan en Jerusalén algunas mujeres, tal vez porque corren menos peligro. Sobre Caifás, cuyo nombre entero según Flavio Josefo era Yosef Caifás, se cree que "Caifás" es en realidad un apodo gracioso, debido a que el nombre proviene de "qof" (mono), y reflejaría el sentir popular, que veía en él un "mono" en mano de los romanos. También  hay quienes piensan que se deriva de "kuf" (forzar/garrote/tirano). Este sumo sacerdote, no solo gobernaba el templo y la ciudad santa, sino la máxima autoridad del pueblo judío disperso por todo el Imperio. Presidía el Sanedrín y representaba al pueblo de Israel ante el poder supremo de Roma. Sin duda fue un hombre sumamente hábil.

Según Marcos, Jesús es llevado desde el Getsemaní ante el sumo sacerdote; donde estaban reunidos "todos los sumos sacerdotes, los ancianos y escribas", es decir, los grupos que constituyen el Sanedrín, y llegan a la conclusión de que hay que sentenciarlo a muerte (14,53-64); al día siguiente por la mañana vuelven a reunirse, pero es solo para "atar" a Jesús y "entregarlo" a Pilato (15,1). Según Lucas, no hay reunión alguna durante la noche; el Sanedrín solo se reúne al día siguiente por la mañana, pero la escena concluye sin el menor acto jurídico (22,66-71); a continuación lo conducen ante Pilato (23,1). Según Juan, Jesús es conducido a casa de Anás, suegro de Caifás (18,13), que le pregunta "sobre sus discípulos y su doctrina"; a continuación lo envía atado a casa de Caifás, donde nada sucede (18,24); finalmente es conducido a la residencia de Pilato (18,28); en este último relato, el Sanedrín está totalmente ausente y no hay nada que evoque la celebración de un proceso por parte de las autoridades judías. El evangelio de Juan nos narra que a Jesús le explican: "No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque siendo hombre, te haces Dios" (10,33). Probablemente, esta dramática escena es una composición cristiana posterior, elaborada para mostrar que Jesús ha muerto en la cruz por los títulos de "Mesías" e "Hijo de Dios" que le atribuyen los cristianos y que tanto escandalizan a los judíos.

No es extraño que los investigadores sospechen cada vez más que pudo haber un buen entendimiento y hasta una cierta "complicidad" entre Caifás y Pilato en la resolución del problema que Jesús les planteaba a ambos. ¿Qué es lo que realmente sucedió? Según Marcos (15,1-15), Jesús es conducido ante Pilato, quien le pregunta si es el "rey de los judíos". Los sumos sacerdotes le acusan de "muchas cosas", de manera genérica, mientras Jesús guarda silencio (1-5). A continuación se narra el intento de Pilato por desbloquear la situación; ante la presión del pueblo, que pide la crucifixión de Jesús, Pilato cede y lo envía a la cruz (6-15). Mateo (27,11-26) se inspira en Marcos, pero añade dos episodios carentes de fundamento histórico: el sueño de la mujer de Pilato (19) y su gesto teatral lavándose las manos y provocando la terrible auto maldición del pueblo judío: "que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos"  (24-25). Lucas (23,1-25) se distancia bastante de Marcos. Presenta a los sumos sacerdotes acusando a Jesús de diversos cargos concretos (vv. 2.5) y nos informa de una comparecencia de Jesús ante Herodes (6-12). Juan, por su parte, ofrece un relato muy largo y elaborado (18,28-19,16). Se trata de una construcción artificial en la que Pilato va pasando constantemente del "interior" del palacio, donde dialoga con Jesús, al "exterior", donde habla con "los judíos". Aunque ofrece detalles de interés para el historiador, su composición es una "lección de cristología" que Pilato recibe de Jesús.

Pero, ¿hubo realmente un proceso ante el prefecto romano? Pilato hubiera podido ejecutar sin más a aquel peregrino galileo, sin atenerse a muchas formalidades. Su estilo de actuar no se distinguía precisamente por su talante humanitario. Esto es lo que piensan aquellos a quienes el carácter ingenuo de la narración, la vaguedad de las acusaciones y el episodio legendario de Barrabás les lleva a sospechar que nos encontramos ante una composición cristiana y no ante una información histórica. Esta es la posición de J. D. Crossan y de la mayoría de los miembros del Jesus Seminar, que consideran el relato una creación cristiana elaborada a partir del Salmo 2. Por otra parte, es difícil determinar el carácter histórico del episodio de Barrabás. Hasta el momento no se ha podido probar documentalmente que existiera la costumbre de soltar a un preso por las fiestas de Pascua (Brown, Crossan, Theissen, Gnilka, Schlosser, Bovon). Por eso, algunos piensan que el episodio ha sido creado por Marcos para simbolizar con fuerza dramática la injusticia cometida con Jesús (Crossan, Jesús Seminar). Otros piensan que existió realmente un hombre llamado Barrabás que, tras ser encarcelado a raíz de un motín, fue puesto más tarde en libertad por Pilato.

Un hecho verosímil es que en el proceso haya habido algún grupo hostil a Jesús que ha acompañado a los dirigentes del templo (Brown, Theissen, Bovon, Légasse, Gnilka, Schlosser). No se trata de una "aclamación" (acclamatio), como si tuvieran voz y voto en el juicio, sino de una presión popular. El terrible grito de "Si sueltas a ese, no eres amigo del César" (Jn 19,12) y el constante de "crucifícalo" es una deplorable dramatización ingeniada en las comunidades cristianas contra los judíos de la sinagoga. En aquellos primeros momentos del cristianismo era una invención relativamente ingenua de unos cristianos que se sentían amenazados y trataban de defenderse ante el poder de las autoridades religiosas judías. Sin embargo, cuando el Imperio romano abrazó el cristianismo, estos relatos fantasiosos e irreales alimentaron contra el pueblo judío la terrible acusación de "deicidio": un arma letal que ha generado el antijudaísmo y ha provocado la persecución y el genocidio antisemita. Otro hecho probable, es que Jesús haya escuchado su sentencia por parte del prefecto romano, en latín: "Ibis ad crucem" puesto que era la fórmula más empleada. Pilato hablaba latín y griego. Jesús, arameo y, tal vez, algo de griego. En el proceso hubo seguramente algún servicio de traducción.

En los relatos de la pasión leemos dos escenas paralelas de maltrato. Las dos siguen de inmediato a la condena de Jesús por parte del sumo sacerdote y por parte del prefecto romano, y las dos están relacionadas con los temas tratados. En el palacio de Caifás, Jesús recibe "golpes" y "salivazos", le cubren el rostro y se ríen de él diciéndole: "Profetiza, Mesías, ¿quién es el que te ha pegado?"; las burlas se centran en Jesús como "falso profeta", que es la acusación que está en el trasfondo de la condena judía. En el pretorio de Pilato, Jesús recibe de nuevo "golpes" y "salivazos", y es objeto de una parodia: le echan encima un manto de púrpura, le encajan en la cabeza una corona de espinas, ponen en sus manos una caña a modo de cetro real y doblan ante él sus rodillas diciendo: "Salve, rey de los judíos"; aquí todo el escarnio se concentra en Jesús como "rey de los judíos", que es la preocupación del prefecto romano. La burla de los judíos está descrita en Mc 14,65 // Mt 26,67-68 // Lc 22,63-65, la burla de los soldados de Pilato en Mc 15,16-20 // Mt 27,27-31 // Jn 19,2-3 y Lucas habla del escarnio en el palacio de Herodes (23,11).

Probablemente, tal como están descritas, ninguna de estas dos escenas goza de rigor histórico. El primer relato ha sido sugerido, en parte, por la figura del "siervo sufriente de Yahvé", que ofrece sus espaldas a los "golpes" de sus verdugos y no rehúye los "insultos" y "salivazos".  La parodia de los soldados, por su parte, se inspira probablemente en el ritual de la investidura de los reyes, con los símbolos bien conocidos de la túnica púrpura, la corona de hojas silvestres y el gesto de la genuflexión, en el que toma parte, según Marcos, "toda la cohorte" (¡600 soldados!). Se trata, sin duda, de dos escenas profundamente reelaboradas en las que, de manera indirecta y con no poca ironía, que los cristianos hacen confesar a los adversarios de Jesús lo que realmente este es para ellos: profeta de Dios y Rey. Esto no significa que todo sea ficción, ni mucho menos.


Una práctica fatal
La crucifixión requiere destreza. Llevan consigo el material necesario: clavos, cuerdas, martillos y otros objetos. Jesús marcha en silencio. Lo mismo que los demás reos, lleva sobre sus espaldas el "patibulum" o travesaño horizontal donde pronto será clavado; cuando lleguen al lugar de la ejecución, será ajustado a uno de los palos verticales (stipes) que están fijados permanentemente en el Gólgota para ser utilizados en las ejecuciones. Colgada al cuello lleva una pequeña tablita (tabella) donde, según la costumbre romana,  está escrita la causa de la pena de muerte. Cada uno lleva la suya. Es importante que todos sepan lo que les espera a quienes los imiten: la crucifixión ha de servir de escarmiento general. Según algunas fuentes, Jesús no pudo arrastrar la cruz hasta el final. En un determinado momento, los soldados, temiendo que no llegara vivo al lugar de la crucifixión, obligaron a un hombre que venía del campo a celebrar la Pascua, a que trasportara la cruz de Jesús hasta el Calvario. Se llamaba Simón, era oriundo de Cirene (en la actual Libia). De esta manera lo presenta Mc 15,21 (Mt 27,32 // Lc 23,26). Sin embargo, nada se dice de él en Juan. Algunos autores lo consideran un personaje ficticio, inventado para presentarlo como seguidor fiel del crucificado: Simón Pedro no toma la cruz de Jesús, sino que huye; Simón de Cirene toma la cruz de Jesús y le sigue (Reinach, Jesús Seminar, Crossan). Sin embargo, como subraya Brown, el gesto de Simón no es voluntario, sino forzado; su gesto no sirve como ejemplo de seguimiento; probablemente es un hecho histórico (Taylor, Gnilka, Brown).

No tardan en llegar al Gólgota. El emplazamiento era tal vez conocido en Jerusalén como lugar de ejecuciones públicas. Así lo sugiere su siniestro nombre: "lugar del Cráneo"; en español: "el Calvario". Era un pequeño montículo rocoso de diez o doce metros de altura sobre su entorno. La zona había sido antiguamente una cantera de donde se extraía material para las construcciones de la ciudad. Se procede a la ejecución de los tres reos. Con Jesús se hace probablemente lo que se hacía con cualquier condenado. Lo desnudan totalmente para degradar su dignidad, lo tumban en el suelo, extienden sus brazos sobre el travesaño horizontal y con clavos largos y sólidos lo clavan por las muñecas, que son fáciles de atravesar y permiten sostener el peso del cuerpo humano. Luego, utilizando instrumentos apropiados, elevan el travesaño con el cuerpo de Jesús y lo fijan al palo vertical antes de clavar sus dos pies a la parte inferior. No es posible precisar más detalles. Al parecer, a Jesús no le ataron los brazos a la cruz, sino que se los clavaron a la altura de las muñecas. No sabemos si clavaron sus dos pies separadamente o utilizaron solo un clavo largo. No parece que se utilizara ni el "sedile" (pequeño asiento de madera colocado en el palo vertical para descansar el peso del cuerpo), ni el "suppedaneum",(para apoyar los pies). No hubo interés en prolongar su agonía.

En junio de 1968 fue hallada en Giv'at ha-Mitvar (al nordeste de Jerusalén) una tumba del siglo I, excavada en la roca. Uno de los osarios contenía los huesos de un varón de veinte a treinta años, llamado Yehojanán, que murió crucificado. Sus brazos no habían sido clavados, sino atados al travesaño horizontal. Sus pies habían sido separados a uno y otro lado del palo vertical para ser clavados no de frente, sino de lado. Le clavaron cada uno de los pies con un largo clavo que atravesó primero una tablita de olivo (colocada para que no sacara el pie), luego el talón y, por fin, la madera del palo. Uno de los clavos se torció al clavarse en la madera nudosa de la cruz y no pudo ser retirado del pie del cadáver. En el osario se han encontrado todavía unidos el talón, el clavo y la tablita de olivo. El cadáver de Yehojanán, llamado entre los arqueólogos el "crucificado de Giv'at ha-Mitvar", arroja una luz siniestra sobre el suplicio que padeció Jesús.

La altura de la cruz no superaba mucho los dos metros, de manera que los pies del crucificado quedaban a treinta o cincuenta centímetros del suelo. De este modo, la víctima queda más cerca de sus torturadores durante su largo proceso de asfixia. Era costumbre en estos casos, que los soldados también se ocuparan de colocar en la parte superior de la cruz una pequeña placa de color blanco en la que, con letras negras o rojas bien visibles, se indica la causa por la que se ejecuta a Jesús. Para la mayoría de los historiadores, esta inscripción o "titulus" de la condena es uno de los datos más sólidos de la pasión de Jesús (Légasse, Fitzmyer, Brown, Bovon, Gnilka...), contra el escepticismo de Bultmann y Linnemann. Al parecer, el letrero de Jesús estaba escrito en hebreo, la lengua sagrada que más se utilizaba en el templo, en latín, lengua oficial del Imperio romano, y en griego, la lengua común de los pueblos del Oriente, la más hablada seguramente por los judíos de la diáspora, de lo cual solo Jn 19,20 nos informa del carácter trilingüe del titulus de la cruz. Debe quedar muy claro el delito de Jesús: "rey de los judíos". Estas palabras no son un título cristológico inventado posteriormente por los cristianos. No es tampoco una notificación oficial que recoja las actas del proceso ante Pilato. Nunca los primeros cristianos llamaron a Jesús "rey de los judíos". En todo caso hubieran puesto en la cruz otros títulos: "Mesías", "Salvador del mundo", "Señor"... Los textos más bien se tratan de una manera de informar a la población, para que la ejecución de Jesús sirva de escarmiento. De manera inteligible y con su pequeña dosis de burla, se advierte a todos de lo que les espera si siguen los pasos de este hombre que cuelga de la cruz.

Jesús fue ejecutado con otros condenados. Aparentemente era habitual este tipo de ejecuciones en grupo. Las fuentes cristianas hablan solo de otros dos crucificados. Pudieron ser más. No sabemos si eran "bandidos" capturados en algún tipo de refriega contra las autoridades romanas o, más bien, "delincuentes comunes" condenados por algún crimen castigado con pena de muerte. Como referencia, tenemos a Marcos y Mateo, nos narran que fueron dos "bandidos" (plural de "lestes"). Según Lucas son "malhechores" (plural de "kakourgós"). Algunos estudiosos ponen en duda el hecho: piensan que se trata de un detalle inventado a partir de textos bíblicos como Is 53,12 o elSalmo 22,17 para mostrar con más fuerza la atrocidad que se ha cometido contra Jesús, que, siendo inocente, fue ejecutado como un criminal cualquiera. Tal vez el detalle fue recogido con esa intención, pero no parece un hecho ficticio. Seguramente Jesús fue ejecutado junto con otros condenados siguiendo una práctica habitual. Sin embargo, la forma de representar a Jesús en un lugar preeminente y central, en medio de dos bandidos, se puede deber a razones de "estética cristiana".

Una vez finalizada la crucifixión, los soldados no se mueven del lugar. Su obligación es vigilar para que nadie se acerque a bajar los cuerpos de las cruces y esperar hasta que los condenados lancen su último estertor. En tanto, según los evangelios, se reparten los vestidos de Jesús echando a la suerte lo que se llevará cada uno (Mc 15,24). 
Probablemente fue así. Según una práctica romana habitual, las pertenencias del condenado podían ser tomadas como "despojos" (spolia). El crucificado debía saber que ya no pertenecía al mundo de los vivos. El detalle es amplificado por el evangelio de Jn 19,23-24, que habla de una "túnica sin costuras", probable alusión a la túnica que llevaba el sumo sacerdote. Además, el episodio es iluminado teológicamente con la cita del Salmo 22,19: "Se reparten mis vestidos, se sortean mi túnica".

Los evangelios (Mc 15,23 // Mt 27,34) han conservado también el recuerdo de que, en algún momento, los soldados ofrecieron a Jesús algo de beber. No es fácil saber lo ocurrido. Según Marcos y Mateo, al llegar al Gólgota, antes de crucificarlo, los soldados ofrecen a Jesús "vino mezclado con mirra", una bebida aromática que adormecía la sensibilidad y ayudaba a soportar mejor el dolor; se nos dice que Jesús "no lo tomó". Al final, poco antes de morir, ocurre algo totalmente diferente. Al oír a Jesús lanzar un fuerte grito invocando a Dios, uno de los soldados se apresura a ofrecerle un "vino avinagrado", llamado en latín "posca", una bebida fuerte, muy popular entre los soldados romanos, que la tomaban para recobrar fuerzas y reavivar el ánimo. Esta vez no es un gesto de compasión para calmar el dolor del crucificado, sino una especie de burla final para que aguante un poco más por si viene Elías en su ayuda. No se nos dice si Jesús lo bebe. Probablemente ya no tiene fuerzas para nada. Este ofrecimiento de vinagre en los momentos finales está tan arraigado en todas las fuentes que, probablemente, es histórico: otra burla más, esta vez en plena agonía.

Ya solo queda esperar. Jesús ha sido clavado a la cruz entre las nueve de la mañana y las doce del mediodía. Marcos ordena cronológicamente el relato en intervalos de tres horas. A las tres de la mañana canta el gallo (14,72); a las seis (amanecer), Jesús es conducido a Pilato (15,1); a las nueve es crucificado (15,25); a las doce del mediodía la oscuridad comienza a envolverlo todo (15,33); a las tres de la tarde muere Jesús (15,34); a las seis (atardecer) es enterrado. Este esquema, claramente artificial, no se aleja mucho de la realidad en lo fundamental: Jesús fue crucificado entre las nueve de la mañana y las doce del mediodía; murió hacia las tres de la tarde.

La agonía no se va a prolongar. Son para Jesús los momentos más duros. Mientras su cuerpo se va deformando, crece la angustia de su asfixia progresiva. Poco a poco se va quedando sin sangre y sin fuerzas. Sus ojos apenas pueden distinguir algo. Entre los primeros cristianos existe el recuerdo de que, al final de su vida, Jesús ha vivido una lucha interior angustiosa. Incluso le ha pedido a Dios que lo liberara de aquella muerte tan dolorosa. Es probable que nadie sepa con certeza las palabras precisas que ha pronunciado. Para acercarse de alguna manera a su experiencia, acuden al Salmo 42: en la angustia de este orante escuchan un eco de lo que ha podido vivir Jesús. El hecho ha quedado recogido en testimonios diferentes: Mc 14,32-42 // Mt 26,36-46 // Lc 22,39-45 // Jn 12,23.27.28.29 // Heb 5,7-10.


La agonía de Jesús
Probablemente las primeras generaciones cristianas no sabían con exactitud las palabras que Jesús pudo haber murmurado durante su agonía. Nadie estuvo tan cerca como para recogerlas. Sin embargo, las palabras de Jesús en la cruz están arraigadas en la tradición de forma débil. Solo el grito: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" está atestiguado por más de un evangelista (Marcos-Mateo). Las demás palabras solo aparecen unas en Lucas y otras en Juan, sin coincidencia alguna. Existía el recuerdo de que Jesús había muerto orando a Dios y también de que, al final, había lanzado un fuerte grito. El dato parece histórico. Así piensa la mayoría de los autores. Tal vez se recordaba porque tal grito no es normal en un crucificado que muere asfixiado; pero todas las palabras concretas que ponen los evangelistas en labios de de Jesús reflejan probablemente las reflexiones de los cristianos, que van ahondando en la muerte de Jesús desde diversas perspectivas, poniendo el acento en diferentes aspectos de su oración: desolación, confianza o abandono en manos del Padre. Al no poder recurrir a recuerdos concretos conservados en la tradición, acuden a salmos bien conocidos en la comunidad cristiana en los que se invoca a Dios desde el sufrimiento.

Según Jn 19,26-27, "Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre»". Es difícil aceptar la historicidad de este episodio. Ninguna otra fuente habla de la presencia de la madre de Jesús junto a la cruz. Por otra parte, la figura del "discípulo amado" solo aparece en el evangelio de Juan. Probablemente la escena es una composición joánica. Según Lc 23,39-43, mientras uno de los malhechores insulta a Jesús, el otro, increpando a su compañero, defiende su inocencia. Después, dirigiéndose a él, le dice: "Jesús, acuérdate de mí cuando vayas a tu reino". Jesús le dice: "Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso". Este diálogo entre los malhechores colgados junto a Jesús, del que solo habla Lucas, es artificial. Los insultos del primer malhechor están inspirados en insultos que, en Mc 15,30, profieren los que pasan. Por otra parte, el lenguaje de Jesús resulta extraño: él solía hablar del "reino de Dios", no del "paraíso". Según el Evangelio [apócrifo] de Pedro (13-14), uno de los malhechores reprendió a los soldados por maltratar a Jesús, y ellos, en venganza, "ordenaron que no se le rompieran las piernas para que muriera entre tormentos". Al parecer no existía un recuerdo preciso sobre la actuación de estos malhechores en la cruz. Probablemente la intención de Lucas es presentar a Jesús como el justo insultado por los injustos, y anunciar el perdón a todo pecador arrepentido. Por otra parte, produce un cierto desencanto saber que la oración tal vez más bella de todo el relato de la pasión es textualmente dudosa. Según el evangelista Lucas, al ser clavado a la cruz, Jesús decía: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Sin duda, esa ha sido su actitud interior. Lo había sido siempre. Ha pedido a los suyos "amar a sus enemigos" y "rogar por sus perseguidores"; ha insistido en perdonar hasta "setenta veces siete". Quienes lo han conocido no dudan de que Jesús ha muerto perdonando, pero, probablemente, lo ha hecho en silencio, o al menos sin que nadie le haya podido escuchar. 
Fue Lucas o tal vez un copista del siglo II quien puso en su boca lo que todos pensaban en la comunidad cristiana. Esta hermosa oración de perdón de Jesús a sus verdugos no aparece en códices tan importantes y antiguos como el Vaticano, Beza o versiones siríaca y copta del sinaítico. La oración se inspira probablemente en el Padrenuestro ¿Fue pronunciada por Jesús y conservada solo por Lucas? ¿Circuló como un dicho independiente que fue Insertado más tarde en el evangelio de Lucas por un copista mientras otros lo ignoraban? ¿Fue redactada por Lucas porque respondía a la actitud de Jesús y suprimida más tarde por un copista que no veía bien "perdonar a los Judíos"? Nada sabemos con certeza.

El silencio de Jesús durante sus últimas horas es sobrecogedor. Sin embargo, al final, Jesús muere "lanzando un fuerte grito". Este grito inarticulado es el recuerdo más seguro de la tradición. Los cristianos no lo olvidaron jamás. Tres evangelistas ponen además en boca de Jesús moribundo tres palabras diferentes, inspiradas en otros tantos salmos: según Marcos (= Mateo), Jesús grita con fuerte voz: "¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?". Lucas, sin embargo, ignora estas palabras y dice que Jesús grita: "Padre, en tus manos pongo mi espíritu". Según Juan, poco antes de morir, Jesús dice: "Tengo sed", y, después de beber el vinagre que le ofrecieron, exclamó: "Todo está cumplido". ¿Qué podemos decir de estas palabras? ¿Fueron pronunciadas por Jesús? ¿Son palabras cristianas que nos invitan a penetrar en el misterio del silencio de Jesús, roto solo al final por su grito sobrecogedor? No es difícil entender la descripción que nos ofrece Juan, el evangelista más tardío. Según su visión teológica, "ser elevado a la cruz" es para Jesús "volver al Padre" y entrar en su gloria. Por eso su relato de la pasión es la marcha serena y solemne de Jesús hacia la muerte. No hay angustia ni espanto. No hay resistencia a beber el cáliz amargo de la cruz: "La copa que me ha ofrecido el Padre, ¿no la voy a beber?" (Jn 18,11). Su muerte no es sino la coronación de su deseo más hondo. Así lo expresa: "Tengo sed", quiero culminar mi obra; siento sed de Dios, quiero entrar ya en su gloria. Juan se inspira sin duda en el Salmo 69,22 "Han apagado mi sed con vinagre". Pero en la exclamación de Jesús están resonando otros salmos  "mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo ¿Cuándo podré ir a ver el rostro de Dios?" (42,3), "Dios, tu eres mi Dios, yo te busco, mi alma tiene sed de ti" (63,2). Por eso, después de beber el vinagre que le ofrecen, Jesús exclama: "Todo está cumplido". Ha sido fiel hasta el final. Su muerte no es la bajada al "sheol" (lugar de las almas rebeldes olvidadas, una morada común, que constituiría la región de los muertos en pecado), sino su "paso de este mundo al Padre". En las comunidades cristianas nadie lo ponía en duda. 

Tenía que quedar claro que la angustia vivida por Jesús no había anulado en ningún momento su actitud de confianza y abandono total en el Padre. Nada ni nadie lo había podido separar de él. Al terminar su vida, Jesús se entregó confiado a ese Padre que había estado en el origen de toda su actuación. Lucas lo quería dejar claro. Sin embargo, a pesar de todas sus reservas, el grito recogido por Marcos: "Eloí, Eloí, ¡lemá sabactaní!", es decir, "¡Dios mío, Dios mío!, ¿Por qué me has abandonado?" es, sin duda, el más antiguo en la tradición cristiana y podría remontarse al mismo Jesús. Estas palabras pronunciadas en arameo, lengua materna de Jesús, y gritadas en medio de la soledad y el abandono total son de una sinceridad abrumadora. De no haberlas pronunciado Jesús, ¿se hubiera atrevido alguien en la comunidad cristiana a ponerlas en sus labios?

A pesar de sus gritos al Padre, Dios no ha venido en su ayuda. Su Padre querido lo ha abandonado a una muerte ignominiosa. ¿Por qué? Jesús no llama a Dios "Abbá" (papi / papito, aunque comúnmente se traduce solo como "Padre"), su expresión habitual y familiar. Le llama Eloí, "Dios mío", como todos los seres humanos. Aunque según el Evangelio [apócrifo] de Pedro, Jesús gritó "¡Fuerza mía, fuerza mía, me estas abandonando" (19). Jesús muere en la noche más oscura. No entra en la muerte iluminado por una revelación sublime. Muere con un "porqué" en sus labios. Todo queda ahora en manos del Padre.

Algunos autores (Sahlin, Boman, Léon-Dufour, Brown... ) no descartan la posibilidad de que Jesús haya gritado al morir solo estas palabras: "Elí 'attá", "tú eres mi Dios". Esta expresión se encuentra precisamente en los tres salmos que han inspirado a los evangelistas para poner en labios de Jesús una oración diferente en cada caso. El Salmo 22, que cita Marcos, comienza con el "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Pero este desahogo culmina en: "Desde el vientre materno, tú eres mi Dios" (22,11). El Salmo 31, que suministra a Lucas la oración de Jesús: "En tus manos encomiendo mi espíritu", dice más tarde: "Yo confío en ti, Señor; te digo: Tú eres mi Dios". El Salmo 63, que pudo inspirar el "Tengo sed", dicho por Jesús según Juan, comienza así: "Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma tiene sed de ti".


Y al tercer día resucitó...
Lo que más les escandaliza a los seguidores de Jesús, es su ejecución tan brutal e injusta. ¿Dónde está Dios? ¿No va a reaccionar ante lo que han hecho con él? ¿No es el defensor de las víctimas inocentes? ¿Se ha equivocado Jesús al proclamar su justicia a favor de los crucificados?

Nunca podremos precisar la magnitud el impacto de la ejecución de Jesús sobre sus seguidores. Lo que si sabemos con certeza es que los discípulos huyeron a Galilea. ¿Por qué? ¿Acaso se derrumbó su adhesión a Jesús? ¿Murió su fe junto con Jesús en esa cruz? ¿O huyeron más bien a Galilea pensando simplemente en salvar su vida? Nada podemos decir con seguridad. La huida de los discípulos es aceptada como un hecho histórico por la mayoría de los estudiosos. Algunos la consideran como signo de su "pérdida de fe" en Jesús. Otros piensan que es más justo y preciso hablar de una "crisis radical".

A pesar de esto, al poco tiempo sucede algo difícil de explicar. Estos hombres vuelven de nuevo a Jerusalén y se reúnen en nombre de Jesús, proclamando a todos que el profeta ajusticiado días antes por las autoridades del templo y los representantes del Imperio está vivo. ¿Qué ocurrió para que abandonen la seguridad de Galilea y se presenten de nuevo en Jerusalén, un lugar realmente peligroso donde pronto serán detenidos y perseguidos por los dirigentes religiosos? ¿Quién los ha arrancó de su cobardía y desconcierto? ¿Por qué hablan ahora con tanta audacia y convicción? ¿Por qué vuelven a reunirse en el nombre de aquel a quien han abandonado al verlo condenado a muerte? Ellos solo dan una respuesta: "Jesús está vivo. Dios lo ha resucitado". Su convicción es unánime e indestructible. Se la puede verificar, puesto que aparece en todas las tradiciones y escritos que han llegado a manos de investigadores y estudiosos de las escrituras; la historia y vida de Jesús. ¿Qué es lo que dicen? De diversas maneras y con lenguajes diferentes, todos confiesan lo mismo: "La muerte no pudo con Jesús; el crucificado está vivo. Dios lo ha resucitado".

Los seguidores de Jesús saben que están hablando de algo que supera a todos los humanos. Nadie sabe por experiencia qué sucede exactamente en la muerte, y menos aún qué le puede suceder a un muerto si es resucitado por Dios después de su deceso. Sin embargo, muy pronto logran unir en forma sencilla lo más esencial de su fe, que circulan ya hacia los años 35 a 40, entre los cristianos de la primera generación.

¿Por qué se dice que Jesús "resucitó al tercer día, según las Escrituras"? ¿Estaba muerto hasta que, por fin, Dios intervino al tercer día? ¿Ha sido alguien testigo de ese momento crucial? ¿Por qué los relatos evangélicos hablan de apariciones el "primer día de la semana", antes de que llegue el "tercer día"? En realidad, en el lenguaje bíblico, el "tercer día" significa el "día decisivo". Dios siempre salva y libera "al tercer día": Él tiene la última palabra; el "tercer día" le pertenece a Él. Así podemos leer en el profeta Oseas: "Vengan, volvamos a Yahvé, él desgarró, pero él nos curará; él hirió, pero él vendará nuestras heridas. Dentro de dos días nos devolverá la vida, al tercer día nos levantará y viviremos en su presencia" (Oseas 6,1-2).  Los primeros cristianos creen que, para Jesús, ha llegado ya ese "tercer día" definitivo. No obstante, algunos investigadores recuerdan que, según la mentalidad Judía, un difunto está realmente muerto "después de tres días". La expresión de la confesión cristiana significaría que Dios resucitó a Jesús no de una muerte aparente de uno o dos días, sino de una muerte real, después de tres días (Kegel, Coguel, Schmitt).

Probablemente, este lenguaje podría ser entendido en ambientes judíos, pero los misioneros que recorrían las ciudades del Imperio sentían que la gente de cultura griega se resistía a la idea de "resurrección". Pablo en el Areópago de Atenas, pudo comprobarlo cuando empezó a hablar de Jesús resucitado. "Al oír lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban y otros decían: «En otra ocasión te escucharemos sobre este asunto»" (Hch 17,32). Por esto, en algunos encontraron otro lenguaje que, sin distorsionar la fe en el resucitado, fuera más apropiado y fácil de aceptar por personas de personalidad griega. Lucas fue, tal vez, uno de los que más contribuyó a introducir un lenguaje que presenta al resucitado como "el que está vivo", "el viviente". Así se les dice en su evangelio a las mujeres que van al sepulcro: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?" (Lc 24,5. Se puede ver también Lc 24,23; Hch 1,3; 25,19)

La resurrección es algo que le ha sucedido a Jesús. Algo que se ha producido en el crucificado, no en la imaginación de sus seguidores. Esta es la convicción de todos. La resurrección de Jesús es un hecho real, no producto de su fantasía ni resultado de su reflexión. Esta resurrección no es un retorno a su vida anterior en la tierra. Jesús no regresa a esta vida biológica que conocemos para morir un día de manera irreversible. Nunca sugieren las fuentes algo así. La resurrección no es la reanimación de un cadáver. Es mucho más. Nunca confunden los primeros cristianos la resurrección de Jesús con lo que ha podido ocurrirles, según los evangelios, a Lázaro, a la hija de Jairo o al joven de Naín. Jesús no vuelve a esta vida, sino que entra definitivamente en la "Vida" de Dios. El evangelio de Juan no confunde la "revivificación" de Lázaro, que salió del sepulcro "atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario", con la resurrección de Jesús, que deja en el sepulcro "los lienzos y el sudario". Lázaro vuelve a esta vida llena de esclavitudes y tinieblas. Jesús, por el contrario, entra en el país de la libertad y de la luz.

Sin embargo, los relatos evangélicos sobre las "apariciones" de Jesús resucitado pueden crear en nosotros cierta confusión. Según los evangelistas, Jesús puede ser visto y tocado, puede comer, subir al cielo hasta quedar ocultado por una nube. Si entendemos estos detalles narrativos de manera material y literal, da la impresión de que Jesús ha regresado de nuevo a esta tierra para seguir con sus discípulos como en otros tiempos. Sin embargo, los mismos evangelistas nos dicen que no es así. Jesús es el mismo, pero no es el de antes; se les presenta lleno de vida, pero no le reconocen de inmediato; está en medio de los suyos, pero no lo pueden retener; es alguien real y concreto, pero no pueden convivir con él como en Galilea. Sin duda es Jesús, pero con una existencia nueva. Estos relatos, compuestos entre los años 70 a 90. No son relatos biográficos. No pretenden ofrecernos información para que podamos reconstruir los hechos tal como sucedieron, a partir del tercer día después de la crucifixión. Son "catequesis" deliciosas que evocan las primeras experiencias para ahondar más en la fe en Cristo resucitado y extraer importantes frutos para los creyentes.

¿Cómo habla la primera generación de cristianos, de esta acción de Dios que no cae bajo nuestra observación? Es esclarecedor el lenguaje de Pablo. Según él, Jesús ha sido resucitado por la "fuerza" (dynamis) de Dios (2Cor 13,4 // Ef 1,19-20), que es la que le hace vivir su nueva vida de resucitado; por eso, lleno de esa fuerza divina puede ser llamado "Señor", con el mismo nombre que se le da a Yahvé entre los judíos de lengua griega. Dice también que ha sido resucitado por la "gloria" (doxa) de Dios (Rom 6,4 // Flp 3,21), es decir, por esa fuerza creadora y salvadora en la que se revela lo grande que es; por eso Jesús resucitado posee un "cuerpo glorioso", que no significa un cuerpo radiante y resplandeciente, sino una personalidad rebosante de la fuerza gloriosa del mismo Dios. Por último, dice que ha sido resucitado por el "espíritu" (pneuma) de Dios (Rom 8,11 // 1Cor 15,35-49), por su aliento creador. Por eso su cuerpo resucitado es un "cuerpo espiritual", es decir, plenamente vivificado por el aliento vital y creador de Dios.

Los relatos que han llegados a nosotros, no nos permiten establecer de manera segura y definitiva los hechos que se han producido después de la muerte de Jesús. No es posible, con métodos históricos, penetrar en el contenido de su experiencia. Sin embargo es claro que la fe de estos seguidores no se apoya en el vacío. Algo ha ocurrido en ellos. Todas las fuentes lo afirman: han vivido un proceso que no solo ha reavivado la fe que tenían en Jesús, sino que los ha abierto a una experiencia nueva e inesperada de su presencia entre ellos. ¿Cómo entienden los discípulos lo que les está ocurriendo? La expresión más antigua es una fórmula acuñada muy pronto y que se repite de manera invariable: En 1Cor 15,5-8: Jesús "se deja ver". Si bien el término griego "ofthé" se suele traducir diciendo que Jesús "se apareció"; según todos los expertos, es más adecuado traducir como "se hizo ver" o "se dejó ver".

En una época relativamente tardía, cuando los cristianos llevan ya cuarenta o cincuenta años viviendo de la fe en Cristo resucitado, nos encontramos con unos relatos llenos de encanto que evocan los primeros "encuentros" de los discípulos con Jesús resucitado. Son narraciones que recogen tradiciones anteriores, pero que cada evangelista ha trabajado desde su propia visión teológica para concluir su evangelio sobre Jesús. Estos relatos se encuentran en todos los evangelios, excepto en el de Marcos, y sirven para finalizar la obra de cada evangelista (Mt 28 // Lc 24 // Jn 20-21). En fecha más tardía, alguien añadió al evangelio de Marcos un breve sumario de algunas apariciones (Mc 16,9-20). Estas descripciones han configurado de manera decisiva la idea que se hacen muchos cristianos sobre las "apariciones" del resucitado. Es prácticamente imposible armonizar los "datos" que proporcionan, pues no concuerdan a la hora de decirnos quiénes y en qué orden fueron testigos de las apariciones, dónde se produjeron, cuándo y en qué circunstancias. Nada se puede concluir con certeza. A pesar de todo, la tendencia actual de quienes se empeñan en rastrear huellas históricas se podría resumir así:

1-) Se trata de una experiencia compartida por diversos seguidores y repetida en diversas circunstancias.

2-) Probablemente, las primeras experiencias de los varones tuvieron lugar en Galilea.

3-) Se discute si la primera aparición fue a Pedro o a María Magdalena; cada vez son más los autores que sostienen la primacía de la aparición a María, silenciada luego en la tradición (Hengel, Benoit, Schüssler Fiorenza, Theissen/Merz, Lorenzen...).

4-) Tal vez algunas experiencias se vivieron en el contexto de comidas o cenas en que se recordaba con más intensidad a Jesús (Léon-Dufour).

5-) La hipótesis histórico-psíquica de Lüdemann, que explica estas experiencias como superación de una culpabilidad reprimida, sobre todo en Pedro (que negó a Jesús) y en Pablo (que le persiguió), es muy discutible y poco fundamentada en los textos. Lo mismo se ha de decir de las sugerencias que propone J. D. Crossan sobre la génesis de estos relatos a partir de la "elegía femenina" o "lamentación ritual del grupo de mujeres": su posición se basa en un conjunto de hipótesis muy difícil de justificar. Hemos de aprender a leer correctamente estos textos viendo en esas escenas tan gráficas, no descripciones concretas sobre lo ocurrido, sino procedimientos narrativos que tratan de evocar, de alguna manera, la experiencia de Cristo resucitado.

Todos los evangelistas narran que, al día siguiente de la crucifixión, muy de mañana, unas mujeres se acercaron al sepulcro donde había sido depositado el cadáver de Jesús y lo encontraron abierto y vacío (Mc 16,1-8 // Mt 28,1-8 // Lc 24,1-12 // Jn 20,1-18). Naturalmente quedaron sorprendidas y sobrecogidas. Según el relato, un "ángel" de Dios las sacó de su desconcierto con estas palabras: "No tengan miedo. Ustedes buscan a Jesús Nazareno, el crucificado. No está aquí. ¡Ha resucitado! Miren el lugar donde lo habían puesto. Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de ellos a Galilea: allí lo verán" (Mc 16,6-7). El portador de este mensaje de Dios aparece descrito de manera diferente en las diversas versiones: "Un joven vestido con una túnica blanca" (Marcos); "el ángel del Señor" (Mateo); "dos hombres con vestiduras resplandecientes" (Lucas); "dos ángeles vestidos de blanco" (Juan). Evidentemente se trata de un relato tardío. Las primeras confesiones e himnos litúrgicos que hablan de la resurrección de Jesús o de su exaltación a la vida de Dios no dicen nada del sepulcro vacío. Tampoco Pablo de Tarso menciona este hecho en sus cartas. Solo se habla del sepulcro vacío a partir de los años setenta. Todo parece indicar que no desempeñó una función significativa en el nacimiento de la fe en Cristo resucitado. Solo adquirió importancia cuando el dato fue integrado en otras tradiciones que hablaban de las "apariciones" de Jesús resucitado.

No es fácil saber si las cosas sucedieron tal como se describen en los evangelios. Para empezar, no es fácil saber con certeza cómo y dónde fue enterrado Jesús. Los romanos solían dejar a los crucificados sobre el patíbulo, abandonados a los perros salvajes y a las aves de rapiña, para arrojar sus restos luego a una fosa común sin culto ni honras fúnebres. Esta humillación final del ajusticiado era parte del rito de la crucifixión. ¿Terminó así Jesús, en una fosa común donde ya estaban pudriéndose otros muchos ajusticiados, expulsados de la vida sin honor alguno? Históricamente es poco probable. Según una tradición, Jesús fue enterrado por las autoridades judías que "pidieron a Pilato que le hiciera morir", y luego "le bajaron del madero y le pusieron en un sepulcro" (Hch 13,28-29 // Jn 19,31). El dato es verosímil. Las autoridades de Jerusalén están preocupadas: van a comenzar las fiestas de Pascua y aquellos cuerpos que cuelgan de la cruz manchan la tierra y contaminan toda la ciudad. Jesús y sus dos compañeros han de ser enterrados con prisa, sin ceremonia alguna, antes de que comience aquel solemne Sábado de Pascua. 

Los evangelios, sin embargo, ofrecen otra versión. Reconocen honestamente que no fueron sus discípulos quienes enterraron a Jesús: todos habían huido a Galilea. Hubo un hombre bueno, llamado José de Arimatea, desconocido por las fuentes hasta este momento, que pide a Pilato la debida autorización y lo puede enterrar "en un sepulcro excavado en la roca". No deja de haber puntos oscuros sobre la identidad de José de Arimatea y su actuación.

El relato está recogido en Mc 15,42-47 // Mt 27,57-61 // Lc 23,50-56 // Jn 19,38-42. Según Marcos, José de Arimatea es "miembro respetable del Sanedrín"; no aparece como seguidor de Jesús, pero "esperaba el Reino de Dios"; Lucas lo describe como "un hombre bueno y justo" que no había estado de acuerdo con los demás miembros del Sanedrín al condenar a Jesús; Mateo da un paso importante, pues nos dice que José "se había hecho también discípulo de Jesús", a pesar de que era un "hombre rico". Juan lo llama ya abiertamente "discípulo de Jesús", aunque "en secreto, por miedo a los judíos". También se puede observar cómo se va transformando el entierro según se va desarrollando la tradición. Según Marcos, José de Arimatea hizo lo que pudo: "Envolvió a Jesús en una sábana" y "lo puso en un sepulcro que estaba excavado en la roca"; Lucas precisa que era un sepulcro "donde nadie había sido puesto todavía"; Mateo añade que era un "sepulcro nuevo" que el mismo José "hizo excavar en la roca"; en Juan, la sepultura apresurada se ha convertido en un sepelio digno y hasta solemne: en ayuda de José viene Nicodemo "con unas cien libras de una mezcla de mirra y aloe"; entre ambos envuelven el cuerpo de Jesús "en lienzos y con perfumes, como es costumbre enterrar entre los judíos"; luego lo depositan en un "sepulcro nuevo" que está maravillosamente allí, "en medio de un jardín", y donde "nadie todavía había sido depositado". 

Como sea que haya ocurrido, todo fue muy rápido, pues había que acabar antes de que llegara la noche. No sabemos con certeza si se ocuparon de él los soldados romanos o los siervos de las autoridades del templo. No sabemos si terminó en una fosa común como tantos ajusticiados o si efectivamente José de Arimatea pudo hacer algo para enterrarlo en algún sepulcro de los alrededores. Todas las posibilidades encuentran defensores entre los investigadores contemporáneos. Solo existe un consenso generalizado en que Jesús no recibió los cuidados fúnebres habituales.

¿Por qué, entonces, se escribió este relato? Algunos piensan que ha nacido para explicar el origen de una celebración cristiana que tenía lugar junto al sepulcro de Jesús, al menos una vez al año, y que consistía en una peregrinación que subía hasta aquel lugar sagrado el día de Pascua, al salir el sol. El culmen de esta celebración pascual lo constituía precisamente la lectura de este relato. La resurrección de Jesús es una "novedad" radical, sea cual fuere el destino de su cadáver. Dios crea para Jesús un "cuerpo glorioso" en el que se recoge la integridad de su vida histórica. Para esta transformación radical no parece que el Creador necesite de la sustancia bioquímica, del despojo depositado en el sepulcro. 

Por eso no ha de resultar excesivamente escandaloso que bastantes autores modernos, incluso de actitud moderada, piensen que es posible creer en la resurrección real de Jesús con un "cuerpo glorioso", sin que esto implique necesariamente tener que afirmar que su sepulcro ha quedado vacío; actitud o pensamiento que parece conveniente, sobre todo desde una perspectiva pedagógica, al diferenciar la posición matizada de estos autores de afirmaciones provocativas como la de Lüdemann, que sostiene que "la tumba de Jesús no estaba vacía, sino llena, y su cadáver no se esfumó, sino que se descompuso", o como la de Crossan, según el cual "el cuerpo de Jesús pudo terminar devorado por perros salvajes, aves de rapiña u otras alimañas".  En cualquier caso, el relato del sepulcro vacío, tal como está recogido al final de los escritos evangélicos, encierra un mensaje de gran importancia: es un error buscar al crucificado en un sepulcro; no está ahí; no pertenece al mundo de los muertos. Es una equivocación rendirle homenajes de admiración y reconocimiento por su pasado. Ha resucitado.


El peregrino de Emaús
El relato de Emaús (Lc 24,13-35) describe como ningún otro la transformación que se produce en los discípulos al acoger en su vida a Jesús resucitado. Caminaban "con aire entristecido" y, al escuchar sus palabras, "sienten arder su corazón"; se habían derrumbado al comprobar la muerte de Jesús, pero, al experimentarlo lleno de vida, descubren que sus esperanzas no eran exageradas, sino demasiado pequeñas y limitadas; se habían alejado del grupo de discípulos, frustrados por todo lo ocurrido, y  ahora vuelven a Jerusalén a contar a todos "lo que les ha pasado en el camino". Para ellos empieza una vida nueva. Los Once van a ser el punto de partida de la proclamación de Jesucristo a todos los pueblos. Se recogen hasta tres versiones de este encuentro "oficial". Su redacción es tardía y responde a las necesidades de las distintas comunidades: Según Juan (20,21) Jesús les dice así: "La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes." Según Lucas, los Once son constituidos testigos de esta experiencia del resucitado: "Ustedes son testigos de todo esto." Mateo (28, 19-20), por su parte, presenta a Jesús como Señor universal del cielo y de la tierra, que envía a los Once a "hacer discípulos" a todos los pueblos y a "bautizarlos".

Lucas es el único evangelista que narra la "ascensión" de Jesús al cielo. Según Mateo, Jesús no abandona a los suyos ni se despide de ellos; el resucitado está siempre con los suyos: "Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo" (28,20). Tampoco Juan habla de la "ascensión"; el resucitado está con los suyos infundiendo sobre ellos su aliento: "Reciban el Espíritu Santo" (20,22). La  "ascensión" es una composición literaria imaginada por Lucas con una intención teológica muy clara, que ofrece dos versiones diferentes. Al final de su evangelio la presenta como la culminación solemne del tiempo de Jesús (Lc 24,50-53): el resucitado es llevado al cielo (al mundo insondable de Dios) mientras bendice a los suyos; los discípulos se arrodillan y le adoran por última vez; luego se vuelven rebosantes de gozo al templo, donde permanecen bendiciendo a Dios. 

Sin embargo, el mismo Lucas vuelve a narrar la "ascensión", pero ahora como punto de partida del tiempo de la Iglesia y de la misión evangelizadora (Hch 1,6-11): Jesús es elevado al cielo "hasta que una nube lo oculta de su vista"; se les explica que este Jesús "vendrá un día como lo han visto marcharse"; luego se vuelven a Jerusalén, pero no van al templo, sino al "cenáculo", donde recibirán el Espíritu, que los impulsará a la misión evangelizadora (Conzelmann, Lohfink, Léon-Dufour...).

 
Buscando un nombre para Jesús
Sin duda se han perdido para siempre muchos detalles de lo ocurrido en la muerte y resurrección de Jesús, pero hay algo que no se puede negar: en la primera mitad del siglo I, irrumpió de forma inesperada y con fuerza increíble en el mundo mediterráneo, un movimiento de seguidores de Jesús que rápidamente se extendió por todo el Imperio. Cristo se convirtió para muchos en la vía para acceder al misterio de Dios, para descubrir la verdad de la vida y para mirar el futuro con una esperanza nueva. Ahora bien, ¿Cómo es posible que precisamente un grupo de judíos llegue a invocar a Jesús como "Señor", con el mismo nombre con que los judíos de habla griega designan a Yahvé? ¿Cómo se atreven los himnos cristianos a proclamar que Dios le ha dado a Jesús "el Nombre que está por encima de todo nombre", para que, "al nombre de Jesús, toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos?" (Flp 2,9-10) El misterio inefable que intuyen en Jesús no puede ser expresado solo con un nombre. Siempre les parece poco. Pronto circularán por las comunidades cristianas diversos títulos y nombres tomados del mundo cultural judío o de ámbitos más helenizados. De acuerdo a Sabourin , se puede hablar de más de treinta nombres, títulos y apelativos.

Jesús es "Señor", pero un Señor que solo sabe "servir", no dominar; es el "Mesías", pero un Mesías crucificado, no un rey victorioso que destruye a sus adversarios. Naturalmente, los cristianos siguen hablando de Jesús (en hebreo "Yehoshúa" que significa "Yahvé salva"), que es el nombre con el que todos lo habían llamado siempre cuando vivía entre ellos. Los evangelistas, de ordinario, lo llaman así, sin añadirle ningún título, aunque desde el comienzo, los cristianos llaman a Jesús "Mesías" (del término hebreo "mashiah" que en griego significa "ungido") o "Cristo" (que es lo mismo pero en griego), que es un título central y el más usado. Así lo han conocido todos. Poco a poco, por influencia de Pablo, el término "Cristo" se irá convirtiendo en el nombre propio de Jesús. Entre los cristianos se habla indistintamente de "Jesús", de "Cristo" o de "Jesucristo". Lamentablemente, usado de manera rutinaria, el nombre de "Cristo" fue perdiendo su fuerza original. Pronto se olvidaría su contenido real. Probablemente, muchos creen hoy en Cristo sin saber que quiere decir: liberador de injusticias y opresiones, luchador por una vida más digna y justa, buscador del Reino de Dios y su justicia. Y se llaman "cristianos" sin sospechar que esta palabra quiere decir "mesianistas", buscadores de un mundo nuevo según el corazón de Dios, luchadores por la paz y la justicia, portadores de esperanza para las víctimas.

Al parecer, Jesús nunca se llamó a sí mismo "Mesías" o "Cristo". Por el contrario, al hablar de sí mismo y de su misión empleó con frecuencia una expresión bastante extraña, de sabor típicamente semita: "Hijo del hombre". Esta expresión resultaba ininteligible y enigmática a los oídos griegos, pero, incluso para quienes hablaban arameo, referirse a sí mismo en esos términos no dejaba de tener un cierto aire misterioso. Los evangelios utilizan la expresión "huíos tou anthropou", que es la traducción literal del arameo "bar enashá"  que a su vez, es una manera muy semita de decir "humano".

A principios del año 58, Pablo de Tarso escribe desde Grecia una carta a la comunidad cristiana de Roma (Rom 5,12-21). También él ve a Jesús como el Hombre en el que se ha manifestado lo verdaderamente humano. Por eso lo considera el "nuevo Adán", un Hombre nuevo que ha dado comienzo a una humanidad nueva. Desde su visión teológica, el primer Adán, con su "desobediencia" a Dios, dio comienzo a una historia de pecado que lleva inevitablemente a la destrucción y a la muerte. Pero Jesús, el "nuevo Adán", con su actitud fiel y leal de "obediencia" a Dios, ha dado origen a una nueva época de justicia que conduce a la salvación. Es cierto que, desde Adán, abunda el pecado y el mal, pero, desde Jesús, "donde abundó el pecado, ha sobreabundado la gracia" (Rom 5,20).

Jesús fue llamado "Señor" desde el principio. No es solo un tratamiento de honor. Este título encierra un contenido más profundo. Según los primeros predicadores, es Dios mismo quien "ha constituido Señor y Mesías a este Jesús" (Hch 2,36). ¿Por qué el título de "Señor" se convierte en una afirmación tan central para los seguidores de Jesús? Los cristianos saben que en Siria, Grecia, Asia Menor o Egipto, los dioses reciben el nombre en griego de "Kyrios" ("Señor/Amo/Dueño de la casa"). Su correspondiente arameo, "mar", se solía aplicar al padre, al juez, al rey... Ambos términos adquieren un contenido mucho más profundo cuando se atribuyen a Dios o a Jesús.

Tomás, rendido ante Jesús resucitado, pronuncia precisamente la confesión que exigía para sí el emperador: "¡Señor mío y Dios mío!". Solo Jesús es Señor. porque, "siendo de condición divina", "se despojó de su grandeza", "tomó condición de esclavo" y se hizo obediente a Dios hasta terminar crucificado, por lo cual "Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está por encima de todo nombre..." (Flp 2,6-11). Este señorío de Jesús no es una apoteosis del poder. Jesús no es Señor para dominar, oprimir, gobernar o controlar. Toda su vida ha estado sirviendo y dando vida a los más pobres y necesitados. Es fuerza para hacer vivir y energía para dar vida. De la misma manera que Jesús había enseñado a sus discípulos a clamar: "Venga a nosotros tu reino", convencidos de que ha llegado a la plenitud de ese reino, ahora sus seguidores le claman a él: "Marana tha" ("Ven, Señor Jesús").

Hubo otro título que llevaría a los cristianos a profundizar de manera decisiva en la relación de Jesús con Dios. No es una expresión aislada utilizada en algún escrito. Prácticamente en todas las comunidades y desde muy pronto Jesús comenzó a ser llamado "Hijo de Dios". Era un título arraigado seguramente en el recuerdo que se tenía de Jesús al que habían visto vivir en una actitud de obediencia, fidelidad y confianza íntima en un Dios al que llamaba "Abbá". Jesús no es un "hijo" más de Dios. Es "el Hijo". Lo más querido de Dios. Ha sido el Padre quien lo "ha enviado" al mundo desde su propio seno. (Gál 4,4)


Epílogo
El esfuerzo por aproximamos históricamente a Jesús nos invita a creyentes y no creyentes, a poco creyentes o malos creyentes, a acercamos con fe más viva y concreta al Misterio de Dios encarnado en la fragilidad de Jesús. Al ver sus gestos y escuchar sus palabras podemos intuirlo mejor. Ahora "sabemos" que los pequeños e indefensos ocupan un lugar privilegiado en su corazón de Padre. A Dios le gusta abrazar a los niños de la calle y envolver con su bendición a los enfermos y desgraciados. A los que lloran los quiere ver riendo, a los que tienen hambre les quiere ver comer. Dios toca a leprosos e indeseables que nosotros tememos tocar.  No discrimina ni excluye a nadie de su amor. Acoge como amigo a pecadores, desviados y personas de vida ambigua. A nadie olvida, a nadie da por perdido. Identificado en la cruz con todos los derrotados y crucificados de la historia, Dios nos arrastra hacia sí mismo, a una vida liberada del mal en la que ya no habrá muerte, ni penas, ni llanto, ni dolor. Todo esto habrá pasado para siempre. Por toda la eternidad, Dios hará lo mismo que hacía su Hijo por los caminos de Galilea: secar las lágrimas de nuestros ojos y llenar nuestro corazón de dicha plena.

Según un relato evangélico, estando Jesús de camino por la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos qué se decía de él. Cuando ellos le informaron de los rumores y expectativas que comenzaban a suscitarse entre la gente, Jesús les preguntó directamente: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". Hoy, transcurridos poco mas de veinte siglos, cualquier persona que se acerca con interés y honestidad a la figura de Jesús, se encuentra enfrentado a esta pregunta: "¿Quién es Jesús?". La respuesta solo puede ser personal. Soy yo quien tengo que responder. Se me pregunta qué digo yo, no qué dicen los concilios que han formulado los grandes dogmas cristológicos, no qué explican los teólogos ni a qué conclusiones llegan hoy los exegetas e investigadores de Jesús.

Es mi intención compartir con quienes se sienten cristianos, algunas convicciones que han ido creciendo en mí con fuerza  (y van creciendo día a día), a medida que he ido avanzando en mis estudios teológicos. Estas convicciones no pretenden imponer nada a quienes piensan de manera diversa. Solo son expresión de mi fe en Jesucristo. Las quiero compartir con los que aman a Jesús, creen en su proyecto del Reino de Dios y llevan muy dentro de su corazón la preocupación por el destino de la humanidad.

Todos tenemos cierto riesgo de convertir a Cristo en "objeto de culto" exclusivamente: una especie de icono venerable, con rostro sin duda atractivo y majestuoso, pero del que han quedado borrados, en un grado u otro, los trazos de aquel Profeta que recorrió Galilea por los años treinta. ¿No necesitamos hoy los cristianos conocerlo de manera más viva y concreta, comprender mejor su proyecto, captar bien su intuición de fondo y contagiamos de su pasión por Dios y por el ser humano? ¡Qué alegría se despertaría en muchos si pudieran intuir en Jesús los rasgos del verdadero Dios! ¡Cómo se encendería su fe si captaran con ojos nuevos el rostro de Dios encarnado en Jesús! Me resulta difícil imaginar otro camino más seguro para acercarnos a Dios. ¿Dónde puedo yo encontrar un fundamento más sólido para vivir y morir con esperanza?

Nadie puede despertar y sostener en mí una alegría más radical: sé que un día veré con mis propios ojos, gozando por fin de una verdadera vida, a tanta gente crucificada a la que hoy veo sufrir en este mundo sin conocer la dicha ni la paz. Sostenido por Jesús, me atrevo a esperar mi propia resurrección. En él escucho las palabras más grandiosas que Dios puede decirme al corazón: "Al que tenga sed, yo le daré a beber gratis de la fuente del agua de la vida" (Apoc 21,6) ¡Gratis!, sin merecerlo, así saciará Dios la sed de vida que hay dentro de nosotros. Dios mismo "secará las lagrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni habrá pena, ni llanto, ni dolor." (Apoc 21,4)

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