Por: Santiago F. Garavaglia Vodopia
Introducción:
La II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano cumplió 50 años desde que se realizó en Medellín (Colombia). El documento resultante es el puntapié inicial y a la vez una perspectiva para la aplicación del Concilio Vaticano II, que continúa iluminando sobre nuestra realidad como iglesia, marcando el comienzo de una tradición que al día de hoy sigue haciendo camino, en la fidelidad al Evangelio de la justicia, del amor y de la paz.
A priori podemos reflexionar sobre lo versado en la introducción al documento, donde los obispos expresan que “nuestra reflexión se encaminó hacia la búsqueda de una nueva y más intensa presencia de la Iglesia en la actual transformación de América Latina, a la luz del Concilio, de acuerdo con el lema señalado para esta Conferencia”, en este sentido, la Iglesia Latinoamericana quiere ser una brújula segura en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio Vaticano II, en medio de una situación de pobreza e injusticia.
Latinoamérica se hará cargo de las palabras pronunciadas por el Papa Juan XXIII en los albores del Concilio “la Iglesia se presenta cual es y quiere ser, como la Iglesia de todos, y particularmente la Iglesia de los pobres”.
Latinoamérica antes del Concilio Vaticano II:
La situación social presente en América latina nos da cuenta de que, más allá del cúmulo de bienes que la Providencia depositó en ella para provecho de sus habitantes, no todos disfrutan efectivamente de tal tesoro, dado que muchos de sus pobladores, aún viven en una situación agobiante y una deplorable condición de vida material, que evidencia el peligro del bienestar general de las naciones y su progreso, repercutiendo inevitablemente en la vida espiritual de toda la gente. Hay una profunda y rápida transformación en las estructuras sociales de Latinoamérica, a causa del intenso proceso de industrialización, y surge la evidente necesidad de que el pensamiento cristiano, con frecuencia ausente de ella, la informe y la anime.
Latinoamérica sufrió muchos hechos que marcaron a esta región, como la revolución cubana de Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara (1959), derivando entre otras cosas en un fracaso en las políticas de desarrollo tanto sociales como económicas, que de a poco van dejando a toda esta región con una población cada vez más pobre tanto en lo material como en lo cultural. Quizás su punto más dramático fue la llamada “Crisis de los mísiles” (1962), que casi desata una nueva guerra mundial. Estos acontecimientos, han sido alertas, llamadores para el Vaticano II, desde que Juan XXIII lo convocara, siempre se tuvo la idea de querer dar paso a una nueva manera de vivir como hijos de Dios, como verdaderos cristianos.
Situación política, social y económica en Argentina
Argentina, políticamente, seguía sacudida por la inoperancia del gobierno constitucional que había comenzado a fines de 1963. Un paro general a principios de junio de 1966, ocasionó una ruptura de los núcleos sindicales con el gobierno y el preanuncio de la caída de Arturo Illia. Depuesto este, la Junta de Comandantes asumió el gobierno, se destituyen los Poderes Ejecutivos nacional y provincial; se disuelve el Congreso Nacional y las Legislaturas Provinciales y se separa de sus cargos a los miembros de la Corte Suprema de Justicia y al Procurador General de la Nación y fueron proscritos todos los partidos políticos. La Constitución Nacional tuvo como anexo el “Estatuto de la Revolución Argentina”, jurando como Presidente de la Nación el teniente Gral. Juan Carlos Onganía el 29 de junio que asumía el poder sin ninguna limitación; condición que había puesto para acceder a la presidencia.
Apenas iniciado el gobierno de la Revolución Argentina, el idilio se quebró perdiéndose a lo largo del camino. La primera disonancia se dio en el área de la educación cuando, en julio de 1966, fueron violentamente intervenidas las universidades. La "noche de los bastones largos", enajenó la voluntad del sector intelectual. La extrema izquierda, capitalizo a su favor la disconformidad provocada por la intervención. En lo económico, no pudo apreciarse una política clara y definitoria al principio. En marzo de 1967, después de haber sido reemplazado el primer ministro de economía de la Revolución, se lanzó un plan económico técnicamente bien estructurado. Dados los antecedentes del nuevo conductor, el Dr. Adalbert Krieger Vasena, no era previsible que el plan consultara mucho los intereses nacionales o que se detuviera a medir los costos sociales que las medidas implicaban. Estos últimos, por otra parte, tratarían de subsanarse más adelante.
En 1969, los resultados negativos del plan económico quedaban al descubierto, y el ambiente social, que hasta entonces se había mantenido en calma, se empezó a alborotar. Primero fue una protesta estudiantil en Corrientes; luego, la "marcha del silencio" en Rosario y el "Cordobazo" donde obreros, estudiantes y vecinos enfrentaron a las fuerzas del orden y convirtieron a Córdoba en un caos.
En junio de 1970 se releva a Onganía y asume el Gral. Roberto M. Levingston caracterizado por su absoluta orfandad en el poder. La misma junta que lo había designado, comenzó a tomar distancia de las posiciones del presidente, cuando se dieron cuenta de sus objetivos poco claros. Esta difícil realidad que comenzaba a enfrentar el país, provoca que el tema de la reforma conciliar quedase eclipsado en la enseñanza episcopal por el tema de la paz social, y desde entonces la violencia se instala en la vida argentina como constitutiva de las relaciones sociales.
En 1969, los resultados negativos del plan económico quedaban al descubierto, y el ambiente social, que hasta entonces se había mantenido en calma, se empezó a alborotar. Primero fue una protesta estudiantil en Corrientes; luego, la "marcha del silencio" en Rosario y el "Cordobazo" donde obreros, estudiantes y vecinos enfrentaron a las fuerzas del orden y convirtieron a Córdoba en un caos.
En junio de 1970 se releva a Onganía y asume el Gral. Roberto M. Levingston caracterizado por su absoluta orfandad en el poder. La misma junta que lo había designado, comenzó a tomar distancia de las posiciones del presidente, cuando se dieron cuenta de sus objetivos poco claros. Esta difícil realidad que comenzaba a enfrentar el país, provoca que el tema de la reforma conciliar quedase eclipsado en la enseñanza episcopal por el tema de la paz social, y desde entonces la violencia se instala en la vida argentina como constitutiva de las relaciones sociales.
Argentina en el Concilio Vaticano II
La Argentina como Iglesia, en el período en que se realizó el Vaticano II, estaba transitando los cambios pastorales que fueron consecuencia del conflicto de 1954 y 1955. A modo general, las diversas organizaciones eclesiales argentinas, vivían un proceso que conlleva al paso de militantes de organizaciones “oficiales” a “no oficiales” especialmente en los sectores juveniles. En otras palabras, de instituciones reconocidas de “pleno derecho”, a organizaciones de “inspiración cristiana”, pero independientes de la jerarquía, notándose una evolución en el nivel de la conciencia de estos cuadros, que pasa de lo “social” a lo “político”, quienes se definen y se relacionan con movimientos e ideologías políticas vinculadas al “cambio social” (peronismo, izquierda).
El Concilio Vaticano II y Medellín
La Argentina como Iglesia, en el período en que se realizó el Vaticano II, estaba transitando los cambios pastorales que fueron consecuencia del conflicto de 1954 y 1955. A modo general, las diversas organizaciones eclesiales argentinas, vivían un proceso que conlleva al paso de militantes de organizaciones “oficiales” a “no oficiales” especialmente en los sectores juveniles. En otras palabras, de instituciones reconocidas de “pleno derecho”, a organizaciones de “inspiración cristiana”, pero independientes de la jerarquía, notándose una evolución en el nivel de la conciencia de estos cuadros, que pasa de lo “social” a lo “político”, quienes se definen y se relacionan con movimientos e ideologías políticas vinculadas al “cambio social” (peronismo, izquierda).
El Concilio Vaticano II y Medellín
Hacia 1965 cuando el Vaticano II estaba a días de clausurarse Pablo VI reunió a los obispos de América Latina que participaban en el Concilio, con motivo del décimo aniversario de la creación del CELAM. El papa los exhortó a sensibilizarse y asumir una visión crítica frente a los problemas que agitaban Latinoamérica como algo indispensable para la acción pastoral de la Iglesia en nuestra región. Así, el presidente del CELAM, Don Manuel Larraín (obispo de Talca, Chile), para ver la realidad del continente a la luz del Vaticano II y que éste “no pasará al lado de la Iglesia latinoamericana” es que concibe la idea de una reunión episcopal de América Latina. La iniciativa tuvo muy buena acogida y fue implícitamente animada por Pablo VI, lo que encauzó la preparación formal de ese evento.
Así nació Medellín. Se fue preparando y realizando como resultado de una coincidencia histórica de dos hechos significativos: el impacto histórico y renovador del Concilio y los comienzos del CELAM, creado en 1955 en Río de Janeiro dentro del marco de la primera Conferencia y que ayudó a formar, incluso antes del Vaticano II, la identidad eclesial latinoamericana como misterio de comunión al servicio del pueblo de Dios.
Medellín:
En su discurso inaugural, Pablo VI declaró que Medellín sería el comienzo de una nueva fase de la vida eclesiástica. De esta forma, Medellín como evento y documento impactó y produjo la convergencia del sentir del pueblo latinoamericano con el de la Iglesia. Allí se tuvieron en cuenta los anhelos de los pobres y de la Iglesia, uniéndose ambos en un deseo de liberación. La Iglesia asumía y se hacía voz de los pobres. Los Documentos de Medellín reflejaron la sincera búsqueda de soluciones sobre cómo debía estar presente la Iglesia Latinoamericana en el continente, más allá de las particularidades que diferenciaban a nuestros países. Se produjo un esfuerzo por detectar los problemas y soluciones comunes a todos, dentro de un espíritu de solidaridad (eclesial). Respecto a los documentos, se aplicó en cada uno de ellos el método teológico emanado de la Gaudium et spes: el ver (situación), juzgar (reflexión doctrinal) y actuar (conclusiones pastorales).
Medellín no fue una simple aplicación del Vaticano II y de otros documentos eclesiales a la realidad del continente, sino que implicó y significó una relectura e interpretación contextualizada, para colocar al hombre latinoamericano y particularmente a los pobres, como centro del servicio pastoral de la Iglesia. Esta opción por los pobres y su constitución como sujetos y protagonistas de la evangelización fue una de las grandes novedades aportadas a la Iglesia universal, como también lo fue incorporar el proceso de liberación integral como parte del programa evangelizador de la Iglesia. Medellín quería enseñar que, así como cuerpo y alma no pueden separarse, del mismo modo la liberación temporal y la liberación eterna tampoco podían hacerlo. La liberación integral de toda esclavitud, integra el mensaje escatológico de la salvación final en el Reino. Por lo tanto, era nuevo deber de la Iglesia el trabajar por la liberación integral del hombre y de la comunidad humana. Esta encarnación en el hombre y su historia exigía la escucha atenta de los signos de los tiempos para prestarles mucha atención e interpretarlos con el fin de descubrir en ellos el plan divino de salvación.
La Conferencia de Medellín quería ofrecer "una visión global del hombre y de la humanidad, y la visión integral del hombre latinoamericano. La Iglesia, como parte del ser latinoamericano en medio de sus cambios y transformaciones, deseaba penetrar todo este proceso con los valores del Evangelio” (cf. DM Men 9). Muchos de sus documentos poseen la riqueza de las observaciones, la fuerza en las reflexiones y la valentía en las proposiciones. El hecho de estar dividido en dieciséis conclusiones separadas facilitó el que algunos textos fueran leídos y citados con mucha más frecuencia; esto ha sucedido especialmente con las conclusiones sobre Justicia y Paz. Además aportaron a una genuina renovación en el continente a nivel de la Iglesia y de la sociedad. Dada esta situación de dependencia estructural que vivía Latinoamérica, en el período posterior a Medellín, surgieron las voces tanto de laicos, sacerdotes, religiosos/as como de obispos cada vez más comprometidos en el campo socio-político y económico. Así nacieron movimientos laicales y sacerdotales que pondrían su fuerza y empeño en aplicar el cambio y la transformación inspirados en Medellín. Teníamos toda una Iglesia continental que iniciaba una reflexión y una praxis para consumar la inculturación de la fe en el proceso liberador que reclamaba el continente. En este tiempo pre y post Medellín, y -al calor de Medellín- sobre todo en el inmediato posterior, es cuando surge la Teología de la Liberación.
Esta teología y pastoral de la liberación cristiana integralmente fue una idea central de Medellín, que produciría distintas corrientes teológicas y pastorales a lo largo y ancho de Latinoamérica, con interpretaciones diversas de los documentos episcopales, según las acentuaciones y los matices de cada región. En el nivel de la praxis pastoral, y desde el fuerte impulso que significó Medellín, se generan ricas experiencias: la creación de un buen número de comunidades eclesiales de Base; la formación de laicos para atender áreas especializadas de la pastoral, los ensayos de una pastoral educativa liberadora al igual que una catequesis en esta misma línea. Hubo mayor planificación pastoral en el interior de las diócesis y entre diversas diócesis, y la revitalización del compromiso socio-político de muchos laicos.
Mientras tanto, en Argentina…
El año 1969 en nuestro país se publica el “Documento de San Miguel”, que pretende adaptar las conclusiones de la Conferencia de Medellín a la realidad argentina.
Inicia con un reconocimiento de que todos los bautizados pertenecen al Pueblo de Dios; subrayándose una doble pertenencia: al pueblo histórico argentino y a la Iglesia, es decir, al Pueblo de Dios peregrinante en la historia argentina.
Para los obispos argentinos la Patria requería algo inédito para salir de la intensa crisis que trascendía lo económico, envolvía al orden político y el estilo de vida de la Nación. Por “su extensión en el tiempo y por su intensidad, la crisis de la escala de valores que padece la dirigencia y su resonancia en las instituciones hace peligrar la identidad e integridad de la Nación”, afirmaba la jerarquía católica tras una semana de deliberaciones y análisis que, en gran parte, estuvo dedicada a pensar los problemas del país y de los argentinos desde la perspectiva de la Iglesia.
Los obispos, apuntaron directamente a la dirigencia al decir que su acción política “parece esterilizarse por la afanosa búsqueda personal y sectorial del poder y riquezas, y pervertirse cuando grupos económicos o financieros la hacen instrumentos de sus intereses”. El cardenal Bergoglio, en ese momento arzobispo de Buenos Aires, haciendo un diagnóstico rápido y contundente, dijo que había un “creciente divorcio entre la dirigencia y el pueblo”.
Se advierte también que “la democracia restablecida hace más de 17 años olvidó su misión de recrear la sociedad argentina que había sido enfrentada y herida por desencuentros y luchas fratricidas” y que “estos años debieron ser el momento de la política que, como necesaria mediación al servicio del bien común, propusiera a todo el pueblo y ejecutara esperanzas razonables.”
Este documento aclara que “son muchos los ciudadanos que ante la crisis vencen el desánimo, no bajan los brazos e intentan convertir sus vidas en signos de esperanza”, que “en la conciencia colectiva de los argentinos se advierte un deseo de privilegiar la ética y la idoneidad, y de alentar a los honestos” agregando que “son muchos los que están trabajando de modo perseverante por el bien común, generando una corriente de solidaridad que enfrente la inequidad social”, instando a mirar a los pobres no sólo como destinatarios de la Buena Noticia de Jesús, sino como sujetos activos; reflexión teológico-pastoral que mira al pueblo pobre y oprimido como lugar teológico desde el cual nace y se desarrolla una acción liberadora integral y pastoral de la Iglesia.
Por esto mismo, el pueblo no sólo podía ser considerado como destinatario, sino, también como agente-sujeto del accionar salvífico de Dios. La actitud religiosa del pueblo facilitaría la misión evangelizadora de la Iglesia, ya que Ella podría incorporar (purificando, encarnando y elevando) los signos de los tiempos que significan la vinculación con Dios, para manifestar desde ellos la integralidad del Evangelio.
Conclusión:
La fuerza de Medellín radica en la osadía de haber hecho a la luz del Evangelio, del Concilio Vaticano II y del magisterio pontificio; una interpretación de “los signos de los tiempos” en el contexto de la América Latina que le tocó vivir. Asumió así su misión salvadora en orden a la promoción integral del hombre latinoamericano, analizó sus formas de evangelización y decidió revisar sus estructuras visibles y promover una pastoral coordinada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario